Vistas de página en total

sábado, 30 de agosto de 2014

En las sábanas de Alicia...


11 de julio de 2008

Sonaba Viva la vida, de Coldplay, en Los 40 mientras Alicia se desperezaba. Una intensa luz blanca, característica del cielo de Madrid, llevaba horas atravesando la ventana. El cristal estaba tan caliente como las sábanas de Alicia. La borrachera y el calor –por este orden- se habían aliado para convertir el despertar de Alicia en un infierno. Aún resonaban ecos de las conversaciones de la noche anterior en su cabeza. Los excesos del champagne no habían sido digeridos por su diminuto cuerpo. Camino del baño, de repente, oyó crujir la desvencijada puerta de entrada. Era Checa.

-       ¿Pero qué haces por aquí? Es viernes ¿no tienes que trabajar?, increpó Checa con un tono de sorpresa.
-       Me he pedido el día libre, contestó Alicia mientras intentaba atusar sin éxito la maraña que tenía por pelos
-       Veo que la fiesta fue buena, a juzgar por tu cara…
-       No estuvo mal, hubo alcohol y anuncios varios, añadió Alicia a la vez que comprobaba los restos de su embriaguez en el espejo
-       Anuncios, ¿qué anuncios?, insistió Checa ya con una caja en la mano
-       Raquel está embarazada y Hugo, enamorado. ¿Te ayudo con las cajas?, irrumpió.
-       No, gracias, no hace falta. Me apaño. Oye, qué bueno, niños, amor… Dales la enhorabuena de mi parte.
-       Puedes dársela tú, tienes su teléfono, expuso en tono cortante.
-       Dejémoslo, Alicia, por favor. Sólo he venido a recoger mis cosas. Pensaba que estabas trabajando, por eso he aprovechado para pasarme por aquí, contestó Checa tajantemente.
-       OK, no te preocupes. No pretendía ser hiriente. Sigue recogiendo tranquilamente. Voy a prepararme un café ¿quieres uno?
-       No, muchas gracias. Termino rápido. Tengo que estar en el curro en una hora. Más vale que me dé un poco de brío.

Alicia limpió la vieja cafetera, que aún tenía el filtro del día anterior. Su cocina parecía el espejo de su alma, sucia y descuidada. Los listones de madera del suelo crujían al son de los pasos de Checa que se apresuraba a recoger los restos del naufragio a toda velocidad. Alicia, harta de los grandes éxitos del verano, cambió a los clásicos de M80. De golpe, había pasado del Viva la vida al Viva las Vegas, de ZZ Top, mucho más acorde con su estado de ánimo. Se sentó en el único taburete que había en la cocina, cerró los ojos y aspiró el aroma a café recién hecho. Checa irrumpió de nuevo.

-       Ya está todo. Te he dejado las llaves en el mueble de la entrada, junto a la lámpara. Quédate el equipo de música, así aprovecho y me compro uno nuevo. La semana pasada le eché el ojo a uno de la calle Barquillo…
-       ¿De verdad que no quieres un café?, insistió Alicia
-       No en serio, tengo prisa. No hagamos esta situación más difícil. Te deseo lo mejor. Algún día, cuando todo esto se enfríe, tomaremos ese café.

Alicia bajó la mirada. Checa le dio un beso tímido y se marchó tan rápido como había venido. Cuando escuchó el portazo seco de la entrada, comenzó a llorar. El Boss sonaba en la radio y, tristemente, a partir de ese momento, Streets of Philadelphia tendría el “deshonor” de convertirse en la banda sonora de los créditos de su película con Checa. Dejó la taza de café humeante, sin tocar, sobre la encimera y volvió a la cama a tumbarse. No tenía fuerzas para tenerse en pie y mucho menos para reflexionar sobre la situación.

En otro escenario más noble de la ciudad -en la esquina de Hermosilla con Velázquez-, otra pareja con más fortuna, Raquel y Carlos, paseaba ante el mundo su recién desvelado embarazo. Acababan de salir de la boutique de Nespresso y se dirigían con paso firme hacia la tienda de ropa infantil, Gocco. En una mano, una gran bolsa repleta de ristretto y decafeinatto y en la otra, el último modelo de Iphone. Neus, la mejor amiga de Raquel, escuchaba al otro lado del teléfono.

-       Estuvo genial. Como era de esperar todos se alegraron mucho cuando dimos la noticia. Fue un gran momento…

Carlos, con delicadeza, liberó a Raquel de los ristrettos para que pudiese hablar tranquilamente.

-       Vamos camino de Gocco. Sé que no se debe pero me muero por comprar unos bodies al peque. Blancos, eso sí. ¡Que qué pienso!, yo creo que es niña. Vamos, estoy convencida. No, sigo trabajando. Tengo que tener cuidado, eso sí. A la más mínima duda, voy al médico y me dan la baja. Después de lo que nos ha costado, imagínate…me coso de arriba abajo si es necesario. Por cierto, ¿qué tal Fran? ¿le ascendieron finalmente?

Raquel escuchaba pacientemente y a juzgar por su silencio, Neus debía estar dándole todo lujo de detalles sobre el tan ansiado ascenso de su marido.

-       Eso es genial -irrumpía Raquel mientras se echaba a la boca una nuez-. Se lo merece, ha luchado mucho por ello. Además, el master en el IE le costó un riñón. ¡Enhorabuena! Se me ocurre que podríamos ir a celebrarlo a Pan de Lujo ¿Cómo lo ves? Perfecto. Entonces a las dos y media. Te veo en un rato. Chao, reina.

Según colgaba a Neus otra llamada entró por el flamante smartphone. Era Adela. Carlos miró al cielo con abnegación. Era costumbre que los paseos con Raquel terminasen convirtiéndose en un espectáculo en el que él, más que un interlocutor, era un voayer de una interlocución entre pijas. Simplemente, bastaba un minuto para adivinar lo que la otra persona podía estar cacareando al otro lado del teléfono. En esta ocasión, Carlos intuyó que Adela llamaba para vomitar un poco de mierda sobre Antxon.

-       Quieres calmarte, insistía Raquel mientras miraba a Carlos con esa expresión particular suya que indicaba “más de lo mismo” -Sinceramente, creo que lo estás sacando de quicio. Debes hablar con él. No puedes seguir así. Te lo dije la semana pasada y ésta lo vuelvo a repetir. No, no noté nada anoche. Bueno, para ser sincera, tampoco me fijé demasiado pero no noté en él nada extraño.

Ya en Gocco, Raquel seguía sin soltar el teléfono. Carlos interrumpió:

-       Mira ropa tranquilamente, yo te espero fuera. Voy a fumar un cigarro ¿ok?

Raquel no se percató. Estaba enfrascada en la ropa de niño y los dramas de adultos.

Al terminar el cigarro, Carlos entró a la tienda y mientras hacía un gesto para indicar a Raquel que no colgase el teléfono le dijo:

-       Cariño, tengo que pasarme por la oficina. Ha surgido un problema con uno de los clientes del proyecto y tengo que ir a resolverlo. Me vas a disculpar. Saluda a Neus y Fran de mi parte ¿vale?
-       Qué pena, amor. Espérame un segundo, pago y te llevas la bolsa. Te cuelgo, Adela. Estoy en la caja. Ahora te vuelvo a llamar ¿ok?

Carlos dio un beso en el labio inferior a Raquel y salió de la tienda con la misma mirada impertérrita con la que había entrado. Ahora, además de los ristrettos, 2 gorros de bebé y diez bodies le hacían compañía.

Raquel salió en sentido opuesto, camino de Jorge Juan. Antes de que volviese a pulsar el botón de llamada, Adela ya se le había adelantado.

-       No te preocupes, cielo, dijo con un leve tono de desaire.- Voy camino de Pan de Lujo. He quedado allí con Neus y Fran. Te iba a decir que te unieses a nosotros pero creo que necesitas descansar. Mañana, te llamo y quedamos para tomar el brunch en le pain quotidien ¿cómo lo ves? Perdona, corazón, me está entrando otra llamada. Puede que sea Neus. Ya sabes que siempre se retrasa. Te llamo. Ciao.

En el barrio de Vallecas, donde vivía Alicia, la soledad –aunque de forma distinta- se abría paso de manera descarnada en el ambiente. La cama, escenario de grandes encuentros sexuales con Checa, ahora era el ataúd en el que Alicia yacía. Una tumba con sábanas de algodón egipcio de Zara Home, la tienda favorita de los dos. Aún recordaba cuando tenían sueños y creían ser felices. Cuando amueblar el piso simbolizaba un compromiso a futuro y no un cierre en falso. La casa y la cama que un día representaron motores vitales se habían transformado en sogas que ataban a Alicia a su pasado.

Todo olía a Checa y el olor era penetrante. Mientras caminaba acariciaba los muebles de teka polvorientos. Su tacto un tanto seco y rugoso traía al presente las formas del hombre tosco y sensible que siempre había sido Checa. Eso es precisamente lo que le enamoró de él. Su brutalidad contenida por los muros de la sensibilidad y esa seguridad arrolladora que atraviesa al hombre que cree ser libre y sin embargo es presa de su propia indecisión. Decidir es vivir o más bien morir, puesto que cuando uno decide ya está excluyendo el resto de opciones vitales, pensaba Alicia hacia sus adentros. Eso era algo que odiaba Checa: el abismo hacia lo irreversible.

Checa se encontró por primera vez con Alicia en un festival de música. Ambos venían con amigos. La exquisita feminidad de ella no pasó desapercibida al chico de Vic. Y a Alicia, le perturbó inmediatamente su esbelta y varonil figura. En absoluto era su tipo de hombre. Demasiado rudo, demasiado exuberante, demasiado barriobajero. Tanto sus amigos como él estaban sobrepasados por la música y las drogas. Todas ellas muy duras. Con sus miradas penetrantes y sus gestos osados demostraban al mundo que aquella locura les pertenecía. Se sabían con derecho propio para intimidar al resto que, por otra parte, estaba muy en su línea. Eran los reyes del mundo. Los jodidos amos del universo. Alicia, madrileña de pro, profesional independiente y amante de lo exquisito no podía dejar de observarle. Él, sin embargo, estaba tan volado que no era capaz de reconocer en el sitio que estaba. Simplemente, se dejaba llevar. Sin embargo, ni el poder de la droga evitó que reparase en Alicia. Ajeno a su estado y posibilidades se acercó a ella y sin preguntarle la cogió de la mano y se la llevó a bailar al ritmo de Kimberly i Clark. Ella no opuso resistencia y dejó escapar una leve sonrisa de católica desmadrada. Bailaron hasta las cuatro de la madrugada. No hubo besos ni palabras. Cuando acabó la música durmieron juntos. Tampoco hubo sexo. Checa estaba con el bajón del éxtasis y Alicia tenía las hormonas tan revolucionadas que no pudo pegar ojo en lo que quedaba de noche. Su fuerte olor varonil con “destellos químicos” la volvía loca.

Con los primeros rayos de sol vinieron los desperezos. Alicia solo esperaba que el chico de Vic –lo único que conocía de él en aquel momento- despertase. Tenía un millón de preguntas que hacerle. Sin embargo Checa se dio la media vuelta y siguió durmiendo una hora más. Alicia le imitó y se hizo la dormida. A eso de las once, Checa se incorporó. Miró a su alrededor e inmediatamente fijó su vista en Alicia, que finalmente había sucumbido al sueño. Estaba hermosa. Tan quieta que parecía muerta. Su espesa melena caía desordenadamente sobre su rostro. Conmovido por esa imagen, Checa se inclinó y despertó a Alicia con un cálido beso.

-       Buenos días, princesa. ¿Cómo te llamas?, le dijo con una voz ronca y cavernosa.

Alicia no daba crédito a lo que ocurría en esos momentos. Ahora era ella la que, sin ningún tipo de estupefaciente, había aterrizado en el “país de las maravillas”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario