11 de julio
de 2008
Sonaba Viva
la vida, de Coldplay, en Los 40 mientras Alicia se desperezaba. Una intensa luz blanca,
característica del cielo de Madrid, llevaba horas atravesando la ventana. El
cristal estaba tan caliente como las sábanas de Alicia. La borrachera y el
calor –por este orden- se habían aliado para convertir el despertar de Alicia
en un infierno. Aún resonaban ecos de las conversaciones de la noche anterior
en su cabeza. Los excesos del champagne no habían sido digeridos por su diminuto
cuerpo. Camino del baño, de repente, oyó crujir la desvencijada puerta de
entrada. Era Checa.
-
¿Pero qué haces por aquí? Es viernes
¿no tienes que trabajar?, increpó Checa con un tono de sorpresa.
-
Me he pedido el día libre, contestó
Alicia mientras intentaba atusar sin éxito la maraña que tenía por pelos
-
Veo que la fiesta fue buena, a
juzgar por tu cara…
-
No estuvo mal, hubo alcohol y
anuncios varios, añadió Alicia a la vez que comprobaba los restos de su
embriaguez en el espejo
-
Anuncios, ¿qué anuncios?, insistió
Checa ya con una caja en la mano
-
Raquel está embarazada y Hugo,
enamorado. ¿Te ayudo con las cajas?, irrumpió.
-
No, gracias, no hace falta. Me
apaño. Oye, qué bueno, niños, amor… Dales la enhorabuena de mi parte.
-
Puedes dársela tú, tienes su teléfono,
expuso en tono cortante.
-
Dejémoslo, Alicia, por favor. Sólo
he venido a recoger mis cosas. Pensaba que estabas trabajando, por eso he
aprovechado para pasarme por aquí, contestó Checa tajantemente.
-
OK, no te preocupes. No pretendía
ser hiriente. Sigue recogiendo tranquilamente. Voy a prepararme un café
¿quieres uno?
-
No, muchas gracias. Termino rápido.
Tengo que estar en el curro en una hora. Más vale que me dé un poco de brío.
Alicia limpió
la vieja cafetera, que aún tenía el filtro del día anterior. Su cocina parecía
el espejo de su alma, sucia y descuidada. Los listones de madera del suelo
crujían al son de los pasos de Checa que se apresuraba a recoger los restos del
naufragio a toda velocidad. Alicia, harta de los grandes éxitos del verano, cambió
a los clásicos de M80. De golpe, había pasado del Viva la vida al Viva las Vegas, de ZZ Top,
mucho más acorde con su estado de ánimo. Se sentó en el único taburete que
había en la cocina, cerró los ojos y aspiró el aroma a café recién hecho. Checa
irrumpió de nuevo.
-
Ya está todo. Te he dejado las
llaves en el mueble de la entrada, junto a la lámpara. Quédate el equipo de
música, así aprovecho y me compro uno nuevo. La semana pasada le eché el ojo a
uno de la calle Barquillo…
-
¿De verdad que no quieres un café?,
insistió Alicia
-
No en serio, tengo prisa. No hagamos
esta situación más difícil. Te deseo lo mejor. Algún día, cuando todo esto se
enfríe, tomaremos ese café.
Alicia bajó la
mirada. Checa le dio un beso tímido y se marchó tan rápido como había venido.
Cuando escuchó el portazo seco de la entrada, comenzó a llorar. El Boss sonaba
en la radio y, tristemente, a partir de ese momento, Streets of Philadelphia tendría el “deshonor” de convertirse en la banda sonora de los
créditos de su película con Checa. Dejó la taza de café humeante, sin tocar,
sobre la encimera y volvió a la cama a tumbarse. No tenía fuerzas para tenerse
en pie y mucho menos para reflexionar sobre la situación.
En otro
escenario más noble de la ciudad -en la esquina de Hermosilla con Velázquez-,
otra pareja con más fortuna, Raquel y Carlos, paseaba ante el mundo su recién
desvelado embarazo. Acababan de salir de la boutique de Nespresso y se dirigían
con paso firme hacia la tienda de ropa infantil, Gocco. En una mano, una gran
bolsa repleta de ristretto y decafeinatto y en la otra, el último modelo de Iphone. Neus, la mejor amiga de
Raquel, escuchaba al otro lado del teléfono.
-
Estuvo genial. Como era de esperar
todos se alegraron mucho cuando dimos la noticia. Fue un gran momento…
Carlos, con
delicadeza, liberó a Raquel de los ristrettos
para que pudiese hablar tranquilamente.
-
Vamos camino de Gocco. Sé que no se
debe pero me muero por comprar unos bodies al peque. Blancos, eso sí. ¡Que qué
pienso!, yo creo que es niña. Vamos, estoy convencida. No, sigo trabajando.
Tengo que tener cuidado, eso sí. A la más mínima duda, voy al médico y me dan
la baja. Después de lo que nos ha costado, imagínate…me coso de arriba abajo si
es necesario. Por cierto, ¿qué tal Fran? ¿le ascendieron finalmente?
Raquel
escuchaba pacientemente y a juzgar por su silencio, Neus debía estar dándole
todo lujo de detalles sobre el tan ansiado ascenso de su marido.
-
Eso es genial -irrumpía Raquel
mientras se echaba a la boca una nuez-. Se lo merece, ha luchado mucho por
ello. Además, el master en el IE le costó un riñón. ¡Enhorabuena! Se me ocurre
que podríamos ir a celebrarlo a Pan de Lujo ¿Cómo lo ves? Perfecto. Entonces a
las dos y media. Te veo en un rato. Chao, reina.
Según colgaba
a Neus otra llamada entró por el flamante smartphone. Era Adela. Carlos miró al
cielo con abnegación. Era costumbre que los paseos con Raquel terminasen
convirtiéndose en un espectáculo en el que él, más que un interlocutor, era un voayer
de una interlocución entre pijas. Simplemente,
bastaba un minuto para adivinar lo que la otra persona podía estar cacareando
al otro lado del teléfono. En esta ocasión, Carlos intuyó que Adela llamaba
para vomitar un poco de mierda sobre Antxon.
-
Quieres calmarte, insistía Raquel
mientras miraba a Carlos con esa expresión particular suya que indicaba “más de
lo mismo” -Sinceramente, creo que lo estás sacando de quicio. Debes hablar con
él. No puedes seguir así. Te lo dije la semana pasada y ésta lo vuelvo a
repetir. No, no noté nada anoche. Bueno, para ser sincera, tampoco me fijé
demasiado pero no noté en él nada extraño.
Ya en Gocco,
Raquel seguía sin soltar el teléfono. Carlos interrumpió:
-
Mira ropa tranquilamente, yo te
espero fuera. Voy a fumar un cigarro ¿ok?
Raquel no se
percató. Estaba enfrascada en la ropa de niño y los dramas de adultos.
Al terminar el
cigarro, Carlos entró a la tienda y mientras hacía un gesto para indicar a
Raquel que no colgase el teléfono le dijo:
-
Cariño, tengo que pasarme por la
oficina. Ha surgido un problema con uno de los clientes del proyecto y tengo
que ir a resolverlo. Me vas a disculpar. Saluda a Neus y Fran de mi parte
¿vale?
-
Qué pena, amor. Espérame un segundo,
pago y te llevas la bolsa. Te cuelgo, Adela. Estoy en la caja. Ahora te vuelvo
a llamar ¿ok?
Carlos dio un
beso en el labio inferior a Raquel y salió de la tienda con la misma mirada
impertérrita con la que había entrado. Ahora, además de los ristrettos, 2 gorros de bebé y diez bodies le hacían compañía.
Raquel salió
en sentido opuesto, camino de Jorge Juan. Antes de que volviese a pulsar el
botón de llamada, Adela ya se le había adelantado.
-
No te preocupes, cielo, dijo con un
leve tono de desaire.- Voy camino de Pan de Lujo. He quedado allí con Neus y
Fran. Te iba a decir que te unieses a nosotros pero creo que necesitas
descansar. Mañana, te llamo y quedamos para tomar el brunch en le pain
quotidien ¿cómo lo ves? Perdona, corazón, me está
entrando otra llamada. Puede que sea Neus. Ya sabes que siempre se retrasa. Te
llamo. Ciao.
En el barrio
de Vallecas, donde vivía Alicia, la soledad –aunque de forma distinta- se abría
paso de manera descarnada en el ambiente. La cama, escenario de grandes
encuentros sexuales con Checa, ahora era el ataúd en el que Alicia yacía. Una
tumba con sábanas de algodón egipcio de Zara Home, la tienda favorita de los
dos. Aún recordaba cuando tenían sueños y creían ser felices. Cuando amueblar
el piso simbolizaba un compromiso a futuro y no un cierre en falso. La casa y
la cama que un día representaron motores vitales se habían transformado en
sogas que ataban a Alicia a su pasado.
Todo olía a
Checa y el olor era penetrante. Mientras caminaba acariciaba los muebles de
teka polvorientos. Su tacto un tanto seco y rugoso traía al presente las formas
del hombre tosco y sensible que siempre había sido Checa. Eso es precisamente
lo que le enamoró de él. Su brutalidad contenida por los muros de la
sensibilidad y esa seguridad arrolladora que atraviesa al hombre que cree ser
libre y sin embargo es presa de su propia indecisión. Decidir es vivir o más
bien morir, puesto que cuando uno decide ya está excluyendo el resto de
opciones vitales, pensaba Alicia hacia sus adentros. Eso era algo que odiaba
Checa: el abismo hacia lo irreversible.
Checa se
encontró por primera vez con Alicia en un festival de música. Ambos venían con
amigos. La exquisita feminidad de ella no pasó desapercibida al chico de Vic. Y
a Alicia, le perturbó inmediatamente su esbelta y varonil figura. En absoluto
era su tipo de hombre. Demasiado rudo, demasiado exuberante, demasiado
barriobajero. Tanto sus amigos como él estaban sobrepasados por la música y las
drogas. Todas ellas muy duras. Con sus miradas penetrantes y sus gestos osados
demostraban al mundo que aquella locura les pertenecía. Se sabían con derecho
propio para intimidar al resto que, por otra parte, estaba muy en su línea.
Eran los reyes del mundo. Los jodidos amos del universo. Alicia, madrileña de
pro, profesional independiente y amante de lo exquisito no podía dejar de
observarle. Él, sin embargo, estaba tan volado que no era capaz de reconocer en
el sitio que estaba. Simplemente, se dejaba llevar. Sin embargo, ni el poder de
la droga evitó que reparase en Alicia. Ajeno a su estado y posibilidades se
acercó a ella y sin preguntarle la cogió de la mano y se la llevó a bailar al
ritmo de Kimberly i Clark. Ella no opuso
resistencia y dejó escapar una leve sonrisa de católica desmadrada. Bailaron
hasta las cuatro de la madrugada. No hubo besos ni palabras. Cuando acabó la
música durmieron juntos. Tampoco hubo sexo. Checa estaba con el bajón del
éxtasis y Alicia tenía las hormonas tan revolucionadas que no pudo pegar ojo en
lo que quedaba de noche. Su fuerte olor varonil con “destellos químicos” la
volvía loca.
Con los
primeros rayos de sol vinieron los desperezos. Alicia solo esperaba que el
chico de Vic –lo único que conocía de él en aquel momento- despertase. Tenía un
millón de preguntas que hacerle. Sin embargo Checa se dio la media vuelta y
siguió durmiendo una hora más. Alicia le imitó y se hizo la dormida. A eso de
las once, Checa se incorporó. Miró a su alrededor e inmediatamente fijó su
vista en Alicia, que finalmente había sucumbido al sueño. Estaba hermosa. Tan
quieta que parecía muerta. Su espesa melena caía desordenadamente sobre su
rostro. Conmovido por esa imagen, Checa se inclinó y despertó a Alicia con un
cálido beso.
-
Buenos días, princesa. ¿Cómo te
llamas?, le dijo con una voz ronca y cavernosa.
Alicia no daba
crédito a lo que ocurría en esos momentos. Ahora era ella la que, sin ningún
tipo de estupefaciente, había aterrizado en el “país de las maravillas”.
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