Vistas de página en total

viernes, 29 de agosto de 2014

Cartas a mi padre. Parte III

Prepotencia y visión altiva  de un alma de otra época

Ojalá la vida me hubiera regalado más ignorancia. Sé que esto que te digo te resulta ofensivo pero así de verdad lo pienso. Ya lo dijiste hace tiempo, “las personas como tú tienen un mundo muy reducido”. En efecto. Por eso me dedico a ampliar mi mundo por medio de increíbles viajes, capaces de transportarme a universos con mayor amplitud…de miras. 

Nada me emociona más en estos momentos: un buen viaje, de esos incapaces de olvidar. Siguiendo las indicaciones del maestro Kavafis, siempre he tenido a Itaca en mi mente. Llegar allí siempre ha sido mi destino. Sin embargo, no he viajado sola. Por mucho que he intentado dejarles de lado, siempre me han acompañado los cíclopes y el temible Poseidón. 

Mi pensar siempre ha sido elevado pero no selecta la emoción que toca mi espíritu. Como te he comentado, padre, al igual que un enfermo cardiaco que tiene un soplo en el corazón mi emoción está tan plagada de arritmias que me impiden sentir con claridad. Sin embargo, la tristeza no se opera en el quirófano de un hospital. Por “h” o por “b” siempre termino diagnosticada de enfermedades inoperables y que tienen como única cura: el camino a la felicidad. Parece que el origen de todos mis males guarda una estrecha relación con mis carencias afectivas. Y a día de hoy, puedo asegurar, que no hay felicidad alguna si ésta no está respaldada por una buena dosis de afectividad. 

Y yo, siento ser tan sincera contigo, padre. Me encentro mal por no conocer los caminos de una afectividad sana, aquella libre de cíclopes y poseidones. No querría volver a intentar un nuevo camino a Itaca en estas condiciones. La emocionalidad que no se cura tiende a cronificarse de manera que uno termina dando con sus huesos en el hospital para escuchar de nuevo que no hay más cura que la felicidad. Dado que la felicidad aún no se ha embotellado y distribuido de forma masiva, me niego a pasar de nuevo por el médico para recibir un diagnóstico que conozco y un remedio que no existe. 

No pienses que soy derrotista, padre. Lo veo en tu mirada. Es que estoy cansada de viajar sola, con toda una región de cíclopes y otras monstruosidades. El pensamiento, que desde que tengo uso de razón, tiene vida propia me impide descansar y ver las cosas desde una perspectiva serena. Las ideas –y de esto sabe mucho mamá- pueden ser autodestructivas e incluso letales. Y precisamente, esta mezcla de emocionalidad mutilada que camina al son de unas ideas monstruosas convierten mi existencia en un lugar inhóspito e incomprensible. En lo segundo ya no me esfuerzo: comprender exige un esfuerzo tan grande que prefiero utilizarlo para respirar serenamente. Al menos, el aquí y el ahora (es decir, lo único) podré saborearlo intensamente. Lo de inhóspito supongo que es una percepción, producto de mis socialización, vivencias y una importante carga genética. Subjetiva, 100%. Pero a estas alturas, poco podemos hacer ya al respecto. Yo sé que tú no te planteas estas cosas en el grado y la intensidad que lo hago yo. O sí, quién soy yo para juzgar la intensidad de un análisis o un sentimiento. 

Ya te he dicho el frío que hace en este lugar. No te gustaría nada. Sin embargo, suena la maravillosa Mazurka de Chopin. Música celestial para un lugar tan privilegiado y frío como éste. 

Continuará...
By Alexia de Tocqueville

No hay comentarios:

Publicar un comentario