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sábado, 30 de agosto de 2014

El lenguaje secreto de las organizaciones. De Misifú a Atila



El comienzo del delirio colectivo

Misifú, directiva de una importante editorial, en el colmo de su delirio, decide que hay que traer a la empresa a los mejores. Y para ello, hay que sacarlos de donde sea a golpe de talonario y promesas, que por supuesto, jamás se van a cumplir. Las huestes de Recursos Inhumanos se meten su dignidad y ética profesional en el agujero más oscuro de su cuerpo y hacen lo que su ama y señora les ordena. 




















Así pues, en el momento más crítico de la recesión económica (y democrática) de Españistán, se dedican a reclutar a los profesionales más brillantes de la competencia y de otras empresas. La perversión elevada a su máxima expresión. Los pobres inocentes corderos empiezan a llegar y cuando pasa una semana de su contratación el pastel de mierda está sobre su mesa. Es demasiado tarde para mirar atrás así que, como buenos padefos, se la tragan y siguen adelante a costa de su salud y dignidad. Seis millones de parados y una mancha de este calibre en su carrera profesional son razones suficientes para que el padefo tire adelante con lo que sea.

Mientras tanto, el Departamento de Recursos Inhumanos, bajo las órdenes de Misifú, sigue jodiendo la vida de los empleados que están dentro y de aquellos que están por venir. Además, cuando hay que largar a alguien, Misifú no da la cara. Son ellos los que tienen que terminar de realizar todo el trabajo sucio. Porque no nos olvidemos, Misifú puede estar muy zumbada pero cuando alguien le planta cara se giña como la que más. Primero tira la piedra, después la lía parda y por último esconde la mano. Su táctica habitual.

En el momento de mayor crispación laboral, regresa de su baja Paco el encargao. Su cuerpo y su cara denotan que algo muy gordo le ha pasado. Ni se ha recuperado bien ni se recuperará jamás. Necesita la pasta para vivir, ahora especialmente, que hay una buena montada en su familia y les tiene que pasar dinero todos los meses. Además de enfermo y humillado, según entren los euros en su cuenta van a salir con la misma rapidez para la Sierra de Grazalema. Esto lo sabe Misifú, circunstancia que aprovecha para apretarle a Manolo las tuercas hasta límites insospechados. La diferencia ahora es que el encargao no se puede ni dar de baja porque toda su familia –tan desecha como él- vive de los subsidios sociales y de su sueldo. Así pues, cuantas más hostias recibe de Misifú más sumisión demuestra y ésta más poderosa se siente. Una aberración total consentida por ambas partes.

A Paquito, que antes de dar con sus huesos en el hospital, le hicieron Assitant Manager le han metido más gente en el equipo. De esta manera, se podrá hacer frente con solvencia a las ocurrencias de Misifú. Para ello, han reclutado a los masters del Universo: una escritora llena de talento, una experta en Literatura Infantil, una profesora que conoce al a perfección el sector de la Educación y una periodista con mucho recorrido en el mundo del Marketing. A la semana de entrar allí todos ellos ya sabían que se habían equivocado. Lo que no sabían era hasta qué punto lo habían hecho. Misifú, cada vez más enajenada, cree en su delirio que tiene el equipo perfecto para lanzar un proyecto que dejará a todos con la boca abierta y la relanzará internamente. A ella le da igual la crisis económica, la recesión y la mala situación de las familias de Españistán. Va a sacar el proyecto a toda costa, cueste lo que cueste.

Paquito, que ha recibido buenas arengas y ya tiene la cabeza más p’allá que p’acá, intenta transmitir a su equipo el entusiasmo que Misifú le ha contagiado a él. Sin embargo, los padefos senior y los recién llegados ven de antemano el desastre monumental en el que va a terminar esta aventura de locos (nunca mejor dicho). Así pues, se meten un tapón de corcho en el culo para no ir al baño y se preparan para atar su trasero a la silla durante los próximos meses.

La tragedia está servida. Misifú y Paquito, mientras tanto, ajenos a este mundo, se reúnen para delirar en grupo. Para los de fuera, un acto de terapia envenenada y para ellos, un proyecto que desde lo más alto se les ha encargado liderar. Sí, en efecto, piensan que ellos son los elegidos porque son seres de otra naturaleza, con una visión superior a la  del resto de los mortales. Para dar la entidad que se merece al proyecto –y de paso justificar sus sueldos- montan un Comité de Incompetencia, formado por algunos incompetentes senior, unos cuantos padefos junior y un gilipollas que levanta acta. El desastre ya tiene estructura, nombre y apellidos. 

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