Delírium trémens
La
pregunta es: “¿Cómo librarse del miedo?” En primer término, cualquier cosa que
sea vencida tiene que ser subyugada una y otra vez. No es posible vencer,
sobreponerse a un problema; el problema puede ser comprendido, no vencido. Esos
son dos procesos completamente diferentes; y el proceso de vencer conduce a
mayor confusión, a mayor miedo. Resistir, dominar, batallar con un problema, o
erigir contra él una defensa, es sólo crear mayor conflicto. Si en lugar de
ello podemos comprender el miedo, penetrarlo plenamente paso a paso, explorar
todo su contenido, el miedo jamás volverá en forma alguna.
J.
Krishnamurti
Como acabamos de observar a lo largo de diferentes entradas, trabajar en una empresa de Españistán no consiste en sacar una tarea adelante sino en aprender a leer entre líneas y a moverse más rápido que las balas. Al igual que nuestro mundo, estos microcosmos empresariales están sujetos a unas reglas –en este caso arbitrarias e injustas- que han de aceptarse para poder vivir integrado en sociedad. Pero ¿qué es vivir en sociedad hoy en día? En Españistán es agarrar la pasta y salir corriendo mientras el grueso de la población se deja humillar por unos cuantos empresauros hispánicos que “dictan” las leyes en el Congreso a golpe de talonario. Sí, una Monarquía Bananera en toda regla. Instinto de supervivencia dirían algunos. Más bien aberración casposa. Y es que los padefos que tragan mierda en las empresas son los mismos que ejercen su derecho al voto. Si son capaces de entregar su vida y sus ojos a un loco o a un codicioso empresauro (a veces son la misma persona) ¿qué no serán capaces en su ejercicio de la democracia?
Volvamos al mundo de la empresa, que
como hemos visto, no es más que un reflejo de la ingobernabilidad de este país.
Para sobrevivir en una empresa hispánica uno ha de tener unos aliviaderos más
grandes que la presa china de Las tres gargantas (conocido en el lenguaje
popular como “tragaderas”). Por otra parte se debe desarrollar una capacidad de
decodificación sobrenatural (mejor si es innata, así nos ahorraremos esa tarea)
y por último, aprender –si es que no se lleva de serie- a mentir como un
bellaco para salvar el culo día tras día (también vale imaginarse las cosas y
creer que son verdad). Da igual si se fabrican tornillos, lonchas de pavo sin
sal o libros. El mecanismo es el mismo.
¿Qué espacio hay entonces para el
desarrollo del talento natural de las personas? Normalmente, ninguno a
excepción del talento para construir discursos vacíos y neutros que permitan al
individuo pasar desapercibido mientras diluye su responsabilidad en la masa.
Esto, en un padefo de base no representa problema alguno. Sin embargo, cuando
se eleva a la cúspide de las organizaciones se convierte en un obstáculo
insalvable que genera pérdidas millonarias en las empresas y en la Seguridad
Social y sufrimiento en las personas. Comienza el “donde dije digo, digo (San)
Diego” y el “niego la mayor, la menor y a mi madre si es necesario”.
El talento, por tanto, que podría
emplearse en hacer tornillos mejores o libros de mayor calidad se pierde en un
camino de obstáculos en el que los trabajadores luchan por su propia
supervivencia y no por la de la empresa. En ese proceso, empiezan a generar
adrenalina y noradrenalina, las hormonas que invitan a la lucha, al enfrentamiento
y a encarar un peligro. Si la lucha se extiende en el tiempo –que es lo que
suele suceder- entonces la sangre se intoxica de cortisol y la gente empieza a
paralizarse y a enfocarse en pensamientos negativos.
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