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sábado, 30 de agosto de 2014

El lenguaje secreto de las organizaciones. Misifú y Paquito, una historia de sadomasoquismo laboral



Más perversiones laborales

El colmo de toda la locura en la empresa hispánica llega el día en el que a la Directora que se tira al jefe, en adelante Misifú, se le ocurre la feliz idea de embarazarse. Además de cordura –como hemos visto en post anteriores- carece de semental así que decide irse a una clínica para que le metan un jeringuillazo y así cumplir sus sueños de ser madre. 















La naturaleza, que es sabia, había intentado por todos los medios evitar que Misifú pasase su deteriorado material genético a un retoño pero la Ciencia, que para eso se ha inventado (piensa ella), le va a dar lo que la propia naturaleza le ha negado: un vástago. Esto no quiere decir que este método sirva y haya servido a muchas mujeres a materializar su deseo de ser madres. En eso estamos de acuerdo. Se trata de una ayuda innegable y muy positva. Sin embargo, la Ciencia no debería ponerse al servicio de personas con graves problemas psiquiátricos para llevar a cabo una misión que exige tanta responsabilidad. Si no son capaces de gestionar sus vidas ¿cómo lo van a hacer con un tercero?

Así pues, Misifú se pone manos a la obra y en el límite de los cuarenta (su último tren de fertilidad), se queda preñada. En los nueve meses que dura el bombo, eso sí, deberá dejar de tomar la medicación, contraindicada en el embarazo. Normal. Misifú, que es muy precavida y empieza a pensar por dos (cosa que antes jamás había hecho), sabe que si se despega mucho de los asuntos de la empresa puede perder la silla así otorga al más mediocre y humillado de su ejército de zombies una misión suprema: el mantenimiento del statu quo durante su ausencia maternal. Francisco, conocido como Paco el encargao, es el elegido en tan delicada y magnánima misión. Se trata de un padefo delux que cree que va a heredar la empresa. Después de su inminente ascenso, manera en la que Misifú le recompensa su lealtad, Paco pasa a comerse los marrones y los de su jefa, prácticamente por el mismo sueldo aunque ahora, ostenta el cargo de Assistant Manager. Está a un solo un paso de ser Director.

Para comprender cómo acepta Paquito un marrón de tales dimensiones hay que entender su historia. Gaditano de nacimiento y un poco maricón. Hasta ahí ningún problema. Su familia, de un pueblo perdido de la Sierra de Grazalema, nunca ha entendido a Paquito y su padre es especialmente duro y crítico con él. Paquito, para sobrevivir en un ambiente tan endogámico y hostil, decide buscarse la vida en Sevilla. Va a demostrar a su familia (no a él, ojo al dato) que es valioso y merece el respeto de los suyos. Entonces encuentra un trabajo de comercial en una editorial. Le mete tantas horas al tema que al final terminan haciéndole jefe de delegación. Por eso y porque es un poco trepa y cabrón.

Paquito, ahora Paco el encargao, depende de Misifú que le enseña por un módico precio, técnicas baratas de venta y de supervivencia en el negocio. Paco, que está muy necesitado de afecto, se aferra a las enseñanzas de Misifú que se basan en el terror y el miedo. En ese momento, y debido a sus carencias, Paco hubiera entregado su alma al primer mendigo que pasase por la calle y le demostrase un poco de interés y “amor”. Para su desgracia, quien pasaba por la calle en ese momento era Misifú. Ésta, piensa Paco, le va a dar una oportunidad en la vida de demostrar a los demás que él vale. Porque ese es todo el empeño de Paco: decirle al mundo que es válido.

En realidad, Paco el encargao no tiene ni la más mínima autoestima dentro de su cuerpo. Por ello, difícilmente va a poder demostrar algo a los demás. Sin embargo, piensa que escalando puestos en la escala laboral (y social) se convertirá en un ejemplo a seguir en su familia. Papá pitufo sigue en la idea de que es un fracasado y él se va a encargar de demostrarle ante sus narices todo lo contrario. Misifú, que ha calado hasta los huesos a Paquito, sabe que con una palmadita en la espalda de vez en cuando le tendrá comiendo de su mano. Para eso, también está muy cuerda. Así que, pin-pan, la sucesión está asegurada. Paco cada día echa más horas. Ahora no solo le tiene que demostrar a su padre que es válido sino también a Misifú.

Las servidumbres, por tanto, se han duplicado y Paquito –porque sigue siendo aquel chico triste del pueblo- cada vez tiene más ansiedad. Misifú, al igual que su padre, le da diez de cal y una de arena.

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