Más perversiones laborales
El colmo de toda la locura en la empresa hispánica llega el
día en el que a la Directora que se tira al jefe, en adelante Misifú, se le ocurre la feliz idea de
embarazarse. Además de cordura –como hemos visto en post anteriores- carece de semental así que
decide irse a una clínica para que le metan un jeringuillazo y así cumplir sus
sueños de ser madre.
La naturaleza, que es sabia, había intentado por todos los
medios evitar que Misifú pasase su deteriorado material genético a un retoño
pero la Ciencia, que para eso se ha inventado (piensa ella), le va a dar lo que
la propia naturaleza le ha negado: un vástago. Esto no quiere decir que este método
sirva y haya servido a muchas mujeres a materializar su deseo de ser madres. En
eso estamos de acuerdo. Se trata de una ayuda innegable y muy positva. Sin
embargo, la Ciencia no debería ponerse al servicio de personas con graves
problemas psiquiátricos para llevar a cabo una misión que exige tanta
responsabilidad. Si no son capaces de gestionar sus vidas ¿cómo lo van a hacer
con un tercero?
Así pues, Misifú se pone manos a la
obra y en el límite de los cuarenta (su último tren de fertilidad), se queda
preñada. En los nueve meses que dura el bombo, eso sí, deberá dejar de tomar la
medicación, contraindicada en el embarazo. Normal. Misifú, que es muy precavida
y empieza a pensar por dos (cosa que antes jamás había hecho), sabe que si se
despega mucho de los asuntos de la empresa puede perder la silla así otorga al
más mediocre y humillado de su ejército de zombies una misión suprema: el
mantenimiento del statu quo durante su
ausencia maternal. Francisco, conocido como Paco el encargao, es el elegido en
tan delicada y magnánima misión. Se trata de un padefo delux que cree que va a
heredar la empresa. Después de su inminente ascenso, manera en la que Misifú le
recompensa su lealtad, Paco pasa a comerse los marrones y los de su jefa,
prácticamente por el mismo sueldo aunque ahora, ostenta el cargo de Assistant
Manager. Está a un solo un paso de ser Director.
Para comprender cómo acepta Paquito un
marrón de tales dimensiones hay que entender su historia. Gaditano de
nacimiento y un poco maricón. Hasta ahí ningún problema. Su familia, de un
pueblo perdido de la Sierra de Grazalema, nunca ha entendido a Paquito y su
padre es especialmente duro y crítico con él. Paquito, para sobrevivir en un
ambiente tan endogámico y hostil, decide buscarse la vida en Sevilla. Va a
demostrar a su familia (no a él, ojo al dato) que es valioso y merece el
respeto de los suyos. Entonces encuentra un trabajo de comercial en una
editorial. Le mete tantas horas al tema que al final terminan haciéndole jefe
de delegación. Por eso y porque es un poco trepa y cabrón.
Paquito, ahora Paco el encargao,
depende de Misifú que le enseña por un módico precio, técnicas baratas de venta
y de supervivencia en el negocio. Paco, que está muy necesitado de afecto, se
aferra a las enseñanzas de Misifú que se basan en el terror y el miedo. En ese
momento, y debido a sus carencias, Paco hubiera entregado su alma al primer
mendigo que pasase por la calle y le demostrase un poco de interés y “amor”.
Para su desgracia, quien pasaba por la calle en ese momento era Misifú. Ésta,
piensa Paco, le va a dar una oportunidad en la vida de demostrar a los demás
que él vale. Porque ese es todo el empeño de Paco: decirle al mundo que es
válido.
En realidad, Paco el encargao no tiene
ni la más mínima autoestima dentro de su cuerpo. Por ello, difícilmente va a
poder demostrar algo a los demás. Sin embargo, piensa que escalando puestos en
la escala laboral (y social) se convertirá en un ejemplo a seguir en su
familia. Papá pitufo sigue en la idea de que es un fracasado y él se va a
encargar de demostrarle ante sus narices todo lo contrario. Misifú, que ha
calado hasta los huesos a Paquito, sabe que con una palmadita en la espalda de
vez en cuando le tendrá comiendo de su mano. Para eso, también está muy cuerda.
Así que, pin-pan, la sucesión está asegurada. Paco cada día echa más horas.
Ahora no solo le tiene que demostrar a su padre que es válido sino también a
Misifú.
Las servidumbres, por tanto, se han
duplicado y Paquito –porque sigue siendo aquel chico triste del pueblo- cada
vez tiene más ansiedad. Misifú, al igual que su padre, le da diez de cal y una
de arena.
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