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sábado, 30 de agosto de 2014

El lenguaje secreto de las organizaciones. Claves de la relación sadomasoquista entre empresauro y subordinado


Sadomasoquismo laboral y otras perversiones


Solo en un contexto de carencias educativas y emocionales nace la relación simbiótica (en ocasiones, sadomasoquista) entre empresauro y sus huestes medievales. La clave aquí está en la autoestima del zombie que, progresivamente, en un ejercicio de tira y afloja constante con el empresauro, termina desarmándose hasta convertirse en un ser sumiso y ciego. 



















Se trata de, en la mayor parte de las ocasiones, de seres cabizbajos, taciturnos, rencorosos y frustrados que en algún momento de su vida han sufrido abusos por parte de otras personas con resultados nefastos en su personalidad. Una vez que el empresauro detecta esta debilidad, comienza a desmontar su dañada personalidad hasta que un día no se reconoce a sí mismo como las persona que un día fue. El proceso es burdo y kafkiano pero los resultados en Españistán hablan por sí mismos. También los padefos suelen entrar en esta dinámica por la cuarta parte del sueldo de quien les somete, su señor feudal. Las víctimas convertidas en verdugos se repiten hasta el infinito creando una atmósfera de ahogo y desesperación en los lugares de trabajo. En lugar de existir creatividad en los trabajadores, hay enfermedad. En vez de ilusión por los proyectos, existe depresión.

Al final, las únicas beneficiadas de toda esta espiral inaudita en la que prima el poder bruto, la mediocridad y las relaciones interpesonales distorsionadas son las empresas farmacéuticas, que no paran de producir pastillas para que el personal se enajene de toda esta catástrofe emocional. Parece imposible pero pasa todos los días en muchas empresas de Españistán.

Para entender este juego de perversión laboral y moral hay que hacer mención al concepto de “norma”. En las empresas hispánicas es el empresauro quien las dicta de manera arbitraria pero como sus ejércitos no las cuestionan –primero por miedo, y después cuando caen enfermos, por convicción ciega- en este punto empieza a enredarse todo. De manera que una ocurrencia que se le pasaba por la cabeza en ese momento a un empresauro mediocre termina convirtiéndose en una verdad suprema e incuestionable. Al final no solo tiene la culpa el empresauro que no para de parir estupideces y ordinarieces sino el propio ejército de zombies que es el encargado de revestirlas con un manto de armiño para dotarlas de categoría de Ley. A partir de ahí, lo que era una gilipollez empieza a tornarse en verdad y más adelante, cuando los padefos no soportan más irracionalidad, en enfermedad colectiva.

Las reglas del juego se quiebran en el momento en el que la gente sana se deja llevar por la irracionalidad sin cuestionarla. Fue, precisamente, Heinz Leymann, el primer investigador y pionero en la divulgación del acoso psicológico (o  mobbing) en Europa, quien pone sobre la mesa un argumento tan tajante como demoledor: “una sociedad que deja impune el ejercicio de la violencia y a los violentos está perdiendo sus valores y entregándoles, sin la más mínima queja, el poder de dictar las normas”. Si entendemos esto, queda claro que papel juega cada uno en este perversa relación laboral en la que unos cuantos dejan a merced de un “dictador” sus derechos y, por qué no decirlo, también sus ojos.

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