Las implicaciones del éxito y el fracaso
Para un hijo es muy complicado pedir ayuda a un
padre porque la solicitud siempre va precedida de la palabra fracaso. Y ya
sabes lo mal que llevo el fracaso. A pesar de haber entendido bien la dimensión
del fracaso me sigue afectando ese desprecio social que emana de su concepto.
Sé que el éxito y el fracaso son dos conceptos culturales, y por tanto
relativos. Sabiendo esto de antemano, no sé por qué me sigue doliendo tanto
fracasar. Será que estoy tan atravesada por la cultura que ya no soy capaz de
separarla de mis deseos individuales. Eso o que soy demasiado estúpida.
Echo la
vista hacia atrás y veo una vida muy intensa. Nunca podré reprocharme que no me
lancé como una burra. Siempre de barro hasta las cejas. Mamá solía decir que no
parecía hija vuestra, siempre tan prudentes y contenidos. Yo, sin embargo, he
sido muy lanzada y también, por qué no admitirlo, bastante imprudente. Siempre
me ha gustado desafiar la vida aún sabiendo que llevaba todas las de perder. Si
me quedaba quieta, entonces moría. En eso me parezco a ti, padre. Los únicos
momentos que has concedido al descanso han sido esas sudorosas siestas de
verano. Para nosotros dormir es morir. Nuestras vidas son de tal intensidad que
vamos a la cama derrotados.
A menudo pienso qué nos hubiera ocurrido si el
sueño no nos hubiera acompañado. Probablemente hubiéramos terminado más locos
de lo que ya estamos. Adoro dormir porque para mí es la puerta a otra vida, si
cabe más auténtica. Siempre me ha obsesionado la visión calderoniana de la vida
y muchas veces me he preguntado si cada vez que cerramos los ojos para dormir
en realidad los estamos abriendo. Esta vida, padre, no me parece una pesadilla sino
un sueño de mal gusto. Una pesadilla tiene más categoría y estilo que la burda
realidad que vivimos. Eso es precisamente lo que más me entristece, la bajeza
moral de una época sobre la que había puestas tantas y tantas esperanzas.
Quizás ese es el verdadero error: haberle concedido tal dimensión. Hay tantas
pocas cosas que nos estremezcan. O quizás existen pero nuestra vanidad nos
impide emocionarnos. Y eso sí que es el fracaso de una época y de una
generación. Sabiendo que tenemos las mejores cartas sobre la mesa nos empeñamos
en perder. ¿Es que nos gusta sufrir a conciencia, padre? O ¿es que el dolor nos
resulta indiferente? En este caso, mucho mejor cerrar los ojos y dormir. Mejor
dormir que interpretar una agotadora tragedia que nos impida descansar de
acuerdo a nuestras necesidades. ¿Qué es lo que te impide conciliar el sueño,
padre? No me creo que las guerras ni el hambre en el mundo. Eso, entre tú y yo,
eso nos da igual. Ver escrito esto me da escalofríos pero no podemos negar que
es cierto.
Lo que de verdad te impide dormir es mi bienestar, o más bien la
ausencia de él. En mi caso no es recíproco, lo sabes bien, padre. Los hijos
somos de un egoísmo inaudito. Esto también cuesta leerlo, especialmente
viniendo de un hijo. Al menos, de esta falta de correspondencia me he librado
en la vida. Admiro profundamente a los padres y su entrega absoluta por sus
hijos. Una sensación –supongo- de emoción extrema, imposible de entender si no
es experimentada.
Continuará...
By Alexis de Tocqueville
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