El autosecuestro laboral
Por un lado, grandes dosis de estrés y
por otro, un concepto del talento mal entendido. Por mucho que le cueste a
Misifú discernir con claridad, hay un hecho innegable: el talento solo emerge
con la vocación. No se compra. En otras palabras, el talento surge cuando hay
un amor por la profesión, pasión por lo que se hace y posibilita crecer a las
personas. Para Misifú el crecimiento interior tiene que ver más con un tipo de
dieta hipercalórica que con un proceso de desarrollo humano. Por ello –y de
acuerdo con su mentalidad autoritaria y neocapitalista- el talento puede
comprarse a base de talonario y mantenerse, una vez se ha adquirido, a través
del miedo y el terror. Es incapaz de entender que una persona que desempeña un
trabajo porque no tiene otra cosa o por ganar más dinero nunca dará un buen
resultado: ni a la persona ni a la empresa. Y es que más que nunca en la
historia, hoy en día el precio de la ignorancia es elevadísimo.
En el despacho de Misifú (directiva en una conocida empresa hispánica), tan oscuro
como el corazón de su dueña.
Misifú: ¿Y bien?
Paquito: después de meditarlo mucho he
llegado a la conclusión de que me voy de la empresa.
Misifú. Vamos, Paco. No hablas en serio
¿no? ¿Tienes otra oferta?
Paquito: No, me voy porque no puedo
más. He llegado a mi límite.
Misifú. Precisamente el otro día estaba
hablando con Perico de este tema y llegamos al acuerdo de subirte un 15% el
sueldo y la posibilidad de cambiar tu actual coche de empresa por uno nuevo con
asientos tapizados en cuero.
***Silencio.***
Misifú. Paco, me partes el corazón
cuando dices que no puedes más. Tú sabes bien lo que te apreciamos en esta
empresa. Llevamos apostando por ti desde el principio. Has levantado un
departamento de la nada. Sí, es cierto que el día a día no está exento de tensiones
pero nada que no pueda solucionarse. Prométeme que, al menos, considerarás
nuestra oferta.
Paquito. Está bien. Acepto.
Misifú. Eres un hombre inteligente.
Sabía que no rechazarías una oportunidad como ésta.
Poco más se puede concluir de una conversación
como ésta. Paquito, como mercancía que es, tiene un precio de mercado. No es
que Misifú le haya comprado –que también- sino que él mismo se siente tan
deteriorado y debilitado que piensa que en ningún otro sitio le podrán pagar lo
mismo que en esta empresa. No va desencaminado; sin embargo el motivo es
radicalmente diferente. Paquito no vale nada porque así lo piensa. Está lleno
de pensamientos limitantes y de miedos. Solo entiende el ordeno y mando y la
obediencia ciega.
A pesar de su edad, no está lo
suficientemente maduro como para coger las riendas de su destino y cumplir sus
sueños. No posee la valentía necesaria para entregarse a una vocación (que la
tiene, la de ser maestro) así que elige vender su tiempo en esta cárnica, a las
órdenes de una demente.
Está inmerso en un problema y bien
gordo. Su mente, la única capaz de sacarle de esta situación, está bloqueada.
Tanto, que le está llevando a su propia destrucción. No solo es incapaz de
abrir en su campo de visión nuevas oportunidades sino que ha fagocitado su
autoestima. Aunque la mejor de las oportunidades esté ante sus ojos, no podrá
verla.
Paquito, desde que entró en esa
empresa, ha iniciado un camino de destrucción con difícil retorno en el que la
ilusión, la confianza, la capacidad de escucha, la empatía, el autodominio, el
liderazgo sano y la compasión por los demás no tienen cabida. Esto no es bueno
para él ni tampoco para la empresa que cada cierto tiempo tendrá que soltar la
chequera para comprar un poco más de sumisión.
En este sentido, lo que inicialmente
fue una plantilla con “recursos humanos”, progresivamente se va convirtiendo en
un ejército de zombies que solo responden ante el estímulo de la amenaza y la
presión. Dentro de poco, aceptarán la “sal” como salario a cambio de una buena
dosis de autoritarismo, violencia e ingratitud. Podríamos decir que la empresa
sale ganando pero tampoco. Su principal capital, el talento de las personas que
la integran, no es capaz de emerger porque desconocen el verdadero significado
y fuerza de la palabra motivación ya que han ligado, indefectiblemente, este
concepto al soborno y la corrupción. En otras palabras, están condenados a
desaparecer más rápido de lo que imaginan.
La única manera de parar esta vorágine
destructiva es escapar de nuestra manera limitante de pensar (se dice pronto) y
ver el mundo desde la perspectiva de la conciencia y no del pensamiento (que
está “secuestrado”, en palabras de Mario Alonso Puig). Vamos, lo que dice mi
padre cuando hace referencia a la locura de este mundo. “O damos un paso atrás
y nos paramos a pensar o seguiremos recibiendo la misma hostia sin entender lo
que nos pasa y por qué nos ocurre”.
No hay recetas para frenar esta
tendencia que destruye al ser humano. Sin embargo, existe un remedio que actúa
tanto en el ámbito preventivo como en el de la curación: la fijación de
límites. Cuando el caos, la presión, el estrés y la pérdida de control dominan
nuestra vida hay que empezar a levantar barreras y límites como si no hubiera
un mañana. Podemos empezar con la forma más básica y efectiva de límite:
aprender a decir no. La ausencia de límites, por lo general, desquician a las
personas y perjudican seriamente su rendimiento en los trabajos. Muy al
contrario de lo que piensa Misifú, la flexibilidad entendida en el sentido más
neoliberal de la palabra produce efectos adversos en la rentabilidad
empresarial. Si entendemos rentabilidad desde el punto de vista monetario –la
única acepción que conoce Misifú de esta palabra- esto se traduce en pérdidas
ingentes. ¿Por qué, entonces, el empresauro hispánico se sigue suicidando? Solo
me cabe una respuesta: porque aún no ha visto las consecuencias derivadas de su
postura inmovilista y cortoplacista. Si no, no le encuentro otro sentido a este
comportamiento kamikaze.
¿Cómo podemos, pues, potenciar nuestro
talento? Y lo que es más difícil, ¿descubrir aquellos talentos que están dentro
de nosotros y que sin embargo desconocemos? Pues como bien dice mi padre, “con
paciencia y buenos alimentos”. Una vida sana, ordenada y reflexiva en la que
los episodios de silencio superen al ruido ambiental es la única vía conocida
para acceder a esta nueva faceta de la realidad. Para conseguir este “nirvana”
no tenemos por qué peregrinar al Tíbet aunque bien pensado, si tenéis la
ocasión de daros un paseo por allí, no debéis desaprovecharla.
En conclusión, en época de crisis y
agitación social, pagar un salario justo no es motivo suficiente para retener
el talento en las empresas. Éstas, deben ampliar miras, y pagar además un
“sueldo emocional” a sus empleados. En ningún caso debe tratarse de una
contraoferta sino de una tarea continua y constante; integrada en el día de las
empresas con la misma rigidez con la que éstas obligan a los empleados a
cumplir el horario. Si no, el talento se marchará o se marchitará. Y sin
talento, las empresas no son nada.
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