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sábado, 30 de agosto de 2014

El lenguaje secreto de las organizaciones. Talento versus salario



El autosecuestro laboral








Como hemos podido comprobar a lo largo de este blog, la sociedad actual está inmersa en una profunda incertidumbre además de una lógica particular: la del instante. Esto empuja a las personas, como bien indica Sennett, a lanzarse al vacío en busca de nuevas experiencias ya que la inmovilidad es considerada, en sí misma, como un fracaso ante los demás. Esto, además de mucho dinero para las élites económicas, produce millones de personas ansiosas y grandes beneficios para la industria farmacéutica. La ansiedad, según el doctor Mario Alonso Puig es “un estado de inquietud curioso ya que empezamos a sufrir en el presente por algo que ni siquiera sabemos con certeza que se va a manifestar en el futuro”. Y es que la complejidad y magnitud de lo que soportamos en la actualidad nos haces segregar continuamente hormonas del estrés.

Por un lado, grandes dosis de estrés y por otro, un concepto del talento mal entendido. Por mucho que le cueste a Misifú discernir con claridad, hay un hecho innegable: el talento solo emerge con la vocación. No se compra. En otras palabras, el talento surge cuando hay un amor por la profesión, pasión por lo que se hace y posibilita crecer a las personas. Para Misifú el crecimiento interior tiene que ver más con un tipo de dieta hipercalórica que con un proceso de desarrollo humano. Por ello –y de acuerdo con su mentalidad autoritaria y neocapitalista- el talento puede comprarse a base de talonario y mantenerse, una vez se ha adquirido, a través del miedo y el terror. Es incapaz de entender que una persona que desempeña un trabajo porque no tiene otra cosa o por ganar más dinero nunca dará un buen resultado: ni a la persona ni a la empresa. Y es que más que nunca en la historia, hoy en día el precio de la ignorancia es elevadísimo.

En el despacho de Misifú (directiva en una conocida empresa hispánica), tan oscuro como el corazón de su dueña.

Misifú: ¿Y bien?

Paquito: después de meditarlo mucho he llegado a la conclusión de que me voy de la empresa.

Misifú. Vamos, Paco. No hablas en serio ¿no? ¿Tienes otra oferta?

Paquito: No, me voy porque no puedo más. He llegado a mi límite.

Misifú. Precisamente el otro día estaba hablando con Perico de este tema y llegamos al acuerdo de subirte un 15% el sueldo y la posibilidad de cambiar tu actual coche de empresa por uno nuevo con asientos tapizados en cuero.

***Silencio.***

Misifú. Paco, me partes el corazón cuando dices que no puedes más. Tú sabes bien lo que te apreciamos en esta empresa. Llevamos apostando por ti desde el principio. Has levantado un departamento de la nada. Sí, es cierto que el día a día no está exento de tensiones pero nada que no pueda solucionarse. Prométeme que, al menos, considerarás nuestra oferta.

Paquito. Está bien. Acepto.

Misifú. Eres un hombre inteligente. Sabía que no rechazarías una oportunidad como ésta.

Poco más se puede concluir de una conversación como ésta. Paquito, como mercancía que es, tiene un precio de mercado. No es que Misifú le haya comprado –que también- sino que él mismo se siente tan deteriorado y debilitado que piensa que en ningún otro sitio le podrán pagar lo mismo que en esta empresa. No va desencaminado; sin embargo el motivo es radicalmente diferente. Paquito no vale nada porque así lo piensa. Está lleno de pensamientos limitantes y de miedos. Solo entiende el ordeno y mando y la obediencia ciega.

A pesar de su edad, no está lo suficientemente maduro como para coger las riendas de su destino y cumplir sus sueños. No posee la valentía necesaria para entregarse a una vocación (que la tiene, la de ser maestro) así que elige vender su tiempo en esta cárnica, a las órdenes de una demente.

Está inmerso en un problema y bien gordo. Su mente, la única capaz de sacarle de esta situación, está bloqueada. Tanto, que le está llevando a su propia destrucción. No solo es incapaz de abrir en su campo de visión nuevas oportunidades sino que ha fagocitado su autoestima. Aunque la mejor de las oportunidades esté ante sus ojos, no podrá verla.

Paquito, desde que entró en esa empresa, ha iniciado un camino de destrucción con difícil retorno en el que la ilusión, la confianza, la capacidad de escucha, la empatía, el autodominio, el liderazgo sano y la compasión por los demás no tienen cabida. Esto no es bueno para él ni tampoco para la empresa que cada cierto tiempo tendrá que soltar la chequera para comprar un poco más de sumisión.

En este sentido, lo que inicialmente fue una plantilla con “recursos humanos”, progresivamente se va convirtiendo en un ejército de zombies que solo responden ante el estímulo de la amenaza y la presión. Dentro de poco, aceptarán la “sal” como salario a cambio de una buena dosis de autoritarismo, violencia e ingratitud. Podríamos decir que la empresa sale ganando pero tampoco. Su principal capital, el talento de las personas que la integran, no es capaz de emerger porque desconocen el verdadero significado y fuerza de la palabra motivación ya que han ligado, indefectiblemente, este concepto al soborno y la corrupción. En otras palabras, están condenados a desaparecer más rápido de lo que imaginan.

La única manera de parar esta vorágine destructiva es escapar de nuestra manera limitante de pensar (se dice pronto) y ver el mundo desde la perspectiva de la conciencia y no del pensamiento (que está “secuestrado”, en palabras de Mario Alonso Puig). Vamos, lo que dice mi padre cuando hace referencia a la locura de este mundo. “O damos un paso atrás y nos paramos a pensar o seguiremos recibiendo la misma hostia sin entender lo que nos pasa y por qué nos ocurre”.

No hay recetas para frenar esta tendencia que destruye al ser humano. Sin embargo, existe un remedio que actúa tanto en el ámbito preventivo como en el de la curación: la fijación de límites. Cuando el caos, la presión, el estrés y la pérdida de control dominan nuestra vida hay que empezar a levantar barreras y límites como si no hubiera un mañana. Podemos empezar con la forma más básica y efectiva de límite: aprender a decir no. La ausencia de límites, por lo general, desquician a las personas y perjudican seriamente su rendimiento en los trabajos. Muy al contrario de lo que piensa Misifú, la flexibilidad entendida en el sentido más neoliberal de la palabra produce efectos adversos en la rentabilidad empresarial. Si entendemos rentabilidad desde el punto de vista monetario –la única acepción que conoce Misifú de esta palabra- esto se traduce en pérdidas ingentes. ¿Por qué, entonces, el empresauro hispánico se sigue suicidando? Solo me cabe una respuesta: porque aún no ha visto las consecuencias derivadas de su postura inmovilista y cortoplacista. Si no, no le encuentro otro sentido a este comportamiento kamikaze.

¿Cómo podemos, pues, potenciar nuestro talento? Y lo que es más difícil, ¿descubrir aquellos talentos que están dentro de nosotros y que sin embargo desconocemos? Pues como bien dice mi padre, “con paciencia y buenos alimentos”. Una vida sana, ordenada y reflexiva en la que los episodios de silencio superen al ruido ambiental es la única vía conocida para acceder a esta nueva faceta de la realidad. Para conseguir este “nirvana” no tenemos por qué peregrinar al Tíbet aunque bien pensado, si tenéis la ocasión de daros un paseo por allí, no debéis desaprovecharla.

En conclusión, en época de crisis y agitación social, pagar un salario justo no es motivo suficiente para retener el talento en las empresas. Éstas, deben ampliar miras, y pagar además un “sueldo emocional” a sus empleados. En ningún caso debe tratarse de una contraoferta sino de una tarea continua y constante; integrada en el día de las empresas con la misma rigidez con la que éstas obligan a los empleados a cumplir el horario. Si no, el talento se marchará o se marchitará. Y sin talento, las empresas no son nada. 

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