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viernes, 29 de agosto de 2014

Cartas a mi padre. Parte XIII


El final sin final

Padre, si Dios existe no ha podido crear algo tan ínfimo como el ser humano, capaz de darle la espalda a la belleza de un mundo que lo acoge. O sí, y esta es la lección que debemos aprender de todo esto. Lo siento, padre, pero muy al contrario de todas esas corrientes optimistas que consideran que la vida es un regalo, pienso que en realidad es un abismo sin preaviso. Un peso terrible que para nuestra desesperación, se repite hasta el infinito. 

Ni si quiera te hablaré de justicia ya que, como te he expresado, la justicia nada tiene que ver con esto. Más bien todo lo contrario: un elemento más –y de tremenda importancia- que nos obliga a permanecer en el círculo y que nos hace creer a los seres humanos que somos merecedores de algo. Y cuando no obtenemos lo que queremos, en la mayoría de las ocasiones, entonces nos aferramos al sentimiento de justicia para reclamar un gramo de felicidad. Y cuando la justicia no interviene, también la mayor parte de las ocasiones, nos vendemos a la esperanza y al placer inmediato con tal de no soportar un minuto más este silencio ensordecedor. 

No es que no entienda la vida, como mamá suele expresar con asiduidad, sino que no me gusta dar pasos en círculos para llegar al mismo sitio de dónde partí. Es agotador, padre ¿no lo piensas así? Si me apuras, intentar comprender la vida encierra un sentimiento de descubrimiento y una cierta iniciativa. Entenderla como un eterno retorno solo te da una salida: escapar de ella o volver al mismo punto una y otra vez. Distintas caras pero la misma desafección. Cambian los nombres pero no el vacío que albergan sus corazones. Con un problema añadido: a medida que vamos girando en la espiral y nos adentramos hacia su falso núcleo, la desafección crece y la deshumanización también. Cuando alcanzas ese punto es mejor actuar en automático y avanzar hacia el desastre con total naturalidad. Quitándole al momento de caminar esa trascendencia que envuelve cada paso que damos. 

Porque eso es cierto, padre, el peso de los pasos es inevitable y no porque exista una Ley universal de la gravedad, sino porque a medida que nos adentramos en el círculo, la falta de esperanza e ideales nos termina enterrando: de cabeza a pies, por este orden. 

Leer esto te tiene que estremecer, especialmente porque me has visto feliz, sonreír y cargada de optimismo hasta la médula. Padre, he sido muy ignorante e inconsciente, además joven y bella. Un par de vueltas en el círculo con esta carga tan positiva no borran la sonrisa de la cara con facilidad. Muy al contrario, produce vértigo y morbo. En el momento en que regresas por quinta vez al mismo punto entonces empiezas a sentirte aturdido, aunque no perdido. Es el momento en el que la vida te ha enseñado –aún con un guiño de ojo acompañado de un golpe de pestañas- lo que se dibuja en el horizonte. 

Debido a nuestra profunda pasión por el vértigo y a esa necesidad de avanzar siempre hacia delante, entramos en un tercer nivel del círculo de la nada. Una frontera psicológica que es capaz de sentirse, como un frío seco, en la profundidad de nuestro ser. Ahí ya somos conscientes de que no hay vuelta atrás y que lo que nos espera a continuación es aún más perverso y enrevesado. ¿De qué sirve entenderlo cuando sabes de antemano que solo puedes avanzar hacia el siguiente círculo de la espiral? 

En el cuarto nivel, la nada es un hecho y te recuerda día a día que hubo un momento que fuiste feliz y existió esperanza. Eso es lo más doloroso: es como volverte ciego de repente cuando siempre pudiste disfrutar del sentido de la vista. El sentimiento de pérdida, la gravidez o pesadez son tan grandes que no sabes cómo manejarlos en un mundo tan vacuo, frívolo y liviano. Llegan entonces las disociaciones y las dicotomías. La locura arranca el motor con suavidad pero con la certeza absoluta que va a conducir el coche hasta el final, o el principio, según se mire. Es el dominio de la mente sobre el cuerpo, en otras palabras, el comienzo de la enfermedad. 

En los siguientes niveles del círculo –si es que accedes- solo transitan las almas enfermas y vacías de vida. Ya no recuerdan quiénes son y mucho menos un instante de felicidad. El miedo y la desconfianza custodian sus pasos y les recuerdan de vez en cuando, la dirección exacta hacia el abismo. Sin embargo, los cuerpos, como si de zombies se tratasen no vagan a ciegas. Tienen claro cuál es su destino y lo aceptan sin resignación. La ilusión, la emoción, la creación y la sublimación son palabras que no contemplan a pesar de que aún se albergan en alguna parte de su dañado corazón. Aceptan el eterno retorno como único destino. En su carrera de degeneración, empiezan a encontrar sexy el tormento y el determinismo. Son los cantos de sirena que les guiarán durante sus últimos pasos hacia la muerte. 

Llegados a este punto, la ausencia de vida está superada y ya solo queda descansar y encontrar un poco de dignidad en la muerte. Es el “final sin final”. Si creyese en superhombres, padre, entonces el eterno retorno no sería tan demoledor pero no confío tan si quiera en el hombre. Sí, padre, mi falta de fe me ha matado lentamente. Y, claro, por supuesto quiero creer pero la fe no es algo que pueda coger en un lineal del supermercado. Ojalá, porque hubiera consumido tanta fe como loracepanes. Quizás, en estos momentos, sería un poco menos cínica y demostraría más gratitud y respeto por una vida que a priori, tiene por objetivo ser, existir y albergar. 

A mí, lo que me ha matado, padre, es ver el vacío del otro reflejado en mis ojos. Girar la cabeza dos grados y encontrarme inmersa en un mundo y una época en la que me siento ajena. Me ha dolido mucho dormir tantas noches sola, sin calor y  abrazos. Como bien dice Gabriel García Márquez no hay nada más triste en este mundo que una cama vacía. Qué razón tiene. Como te he dicho antes, me ha faltado te quieros. Un consejo: nunca pierdas la oportunidad de decirle a alguien que amas… que realmente le amas. No es vergonzante ni indigno sino todo lo contrario. Es un acto de amor que fortalece a la persona que lo recibe y libera emocionalmente a quién lo pronuncia. 

Tampoco quiero poner el acento y la culpa en todo lo externo. Me han faltado recursos emocionales para expresar mi amor. Te preguntarás, padre, una mujer con tantas cualidades y recursos… y mira en qué punto se encuentra. Será que los recursos eran endebles y afianzados sobre un castillo de naipes. Siempre he sido consciente de mis limitaciones, pocas en mi opinión, pero con una carencia emocional tan grande capaz de anular el resto de las virtudes. El día que te das cuenta de que quieres amar pero no puedes porque la nada ha sustituido a los recursos (si es que alguna vez existieron), entonces has llegado al valle de tu existencia. No hay más. Si no hay amor no hay locomotora que tire de todo este lastre circular. 

Dirás, padre, que le concedo demasiada importancia al amor pero es que, no hay nada más importante en este mundo. Ni si quiera la salud. El amor es la cura más fuerte que existe y el mejor antídoto contra la enfermedad. Y no estoy hablando de la locura sentimental que se desencadena en los comienzos de una relación. Me refiero más bien al amor en su concepto más amplio, lo que incluye la noción de apoyo, generosidad y compañerismo. Esas personas, capaces de dejar su individualidad por un momento, y adentrarse contigo en los círculos concéntricos del infierno. Imagino que el infierno en buena compañía no tiene por qué ser un mal sitio. 

En mi opinión, padre, no estamos valorando bien nuestras prioridades cuando ponemos a la salud en un primer lugar. No hay salud que resista por sí misma si no está fuertemente apoyada por la fuerza y la catarsis que provoca el amor. El amor debe ser inspirador y un símbolo de fe, como el de Dante por su protectora Beatriz Portinari. Una vía para poder trascender en el infierno, en este caso, también circular. 

¿Qué tendrá el círculo que siempre ha sido símbolo de perfección y que sin embargo, tan bien encaja en la representación de un infierno? ¿Será que el infierno y la perfección no son sino las dos caras de la misma moneda, padre? ¿Es posible que los seres humanos nos hayamos entregado a la construcción de infiernos limpios, perfectos y bien ubicados? En ese caso, que no te quepa la menor duda que el infierno ser revalorizará y quién sabe, si acabará convirtiéndose en un lugar de culto, especulación y peregrinación de todas esas almas que hace ya tiempo perdieron la fe en sí mismas y por ende, en la humanidad. No quería finalizar esta carta, padre, sin decirte una vez más lo mucho que te quiero y disculparme una vez más por no haberme despedido como un hombre como tú merece. Si hay que hacer una excepción al merecimiento, sin duda, esa persona eres tú.

Fin
By Alexia de Tocqueville

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