¿Síndrome o gilipollez?
Según la Wikipedia (de la que echamos mano tan frecuentemente), la procrastinación (del latín: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro) es la “postergación de actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables”. Se trata, por tanto de un “trastorno del comportamiento” que tiene su raíz en la asociación de la acción a realizar con el cambio, el dolor o la incomodidad (estrés).
En definidas cuentas y, poniendo el foco en la sabiduría popular de mi padre: “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Lo que para mi progenitor no es más que jeta y vaguería, es considerado por muchos psicólogos como un problema de la conducta humana. No me extraña que el pobre hombre no entienda nada.
Si
entendemos la procrastinación como un “síndrome” que incita al individuo a
refugiarse en actividades ajenas a su cometido podemos darle finalmente una
explicación a la enfermedad de Occidente. Ahora comprendemos por qué comerse un
Bollicao, jugar a la Play o irse a comprar trapos son la tapadera de un mal mayor: el de
tomar decisiones y actuar. Estoy convencida de que mi padre se levantará del
asiento cuando lea estas líneas.
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