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viernes, 29 de agosto de 2014

Cartas a mi padre. Parte II

Dedicado para aquellos que han conocido la derrota

¿De verdad que tenemos que recibir un regalo cada vez que cumplimos un año más en la vida?¿no es la vida suficiente regalo? Es posible que para muchas personas, incluso, a vida misma no sea motivo de celebración. ¿Y qué me dices de las bodas? Un ritual que se resume básicamente en mostrar el amor al mundo y delegar en una firma la responsabilidad de la fidelidad eterna. ¿Crees de verdad que eso se merece un regalo? Tú sabes que no pero en el fondo eres un sentimental que sigue creyendo en el amor para toda la vida o más bien, en la compañía para toda la vida. 

Adoro esa visión práctica que tienes sobre el matrimonio, palabra, para ti, aún cargada de significado emocional. Sabes que no comparto esa misma filosofía pero te respeto; fundamentalmente porque también me veo respetada por ti. Salvando breves excepciones, no he conocido otra persona en el mundo que encarne mejor los valores ligados a la tolerancia y al respeto. 

Eres una bella persona, padre. Sé que has conocido la derrota –en estos momentos especialmente-, el sufrimiento y la pérdida pero siempre encuentras tu manera para regresar del abismo, aún si cabe, más fortalecido. Esta visión creo que te ha aportado una sensibilidad y empatía que te permiten abordar la vida con una compasión y humildad infinita. Has experimentado el sentimiento del amor desde tantas y tantas vertientes…la de hijo, la de padre, la de marido, la de amigo…No creo que este mundo dé oportunidades a todos para poder experimentar estas formas de amor tan exuberantes. 

La gente bella no surge de la nada. Ya conoces el por qué de tu capacidad de amar. Siempre has sido un hombre atrevido y lanzado con lo que de verdad te importa y esto te ha conducido directamente al conocimiento del amor. No eras merecedor de ello y por eso tenías claro que si querías conseguirlo tenías que ir a por ello, sin más. 

Creo, precisamente, que ese ha sido uno de mis mayores impedimentos para encontrar el amor. Yo siempre he pensado que merecía lo mejor. Supongo que producto de una mezcla entre lo que otros dicen y la percepción de uno mismo. Una cóctel letal, creo, porque siendo una chica humilde y de gran sensibilidad no he ido a buscarlo sino que he esperado a recibir mi merecido premio. Sí, lo sé…eso no es amor sino vanidad. Es el reclamo de una deuda que –considero equivocadamente- he de saldar. Y la vanidad solo atrae más vanidad y  te aleja definitivamente de una senda de hombres perdedores y compasivos, capaces de estrechar en sus brazos a mujeres reales, de carne y hueso, dispuestas a enamorarse y a fundar familias.

 No son ellos sino yo, que nací dotada de las más poderosas armas para sobrevivir en este despiadado mundo pero que dejé la puerta abierta –sin quererlo- a la esperanza de un compañero. Esa frialdad que me convierte en una mujer altamente efectiva en el mundo de los negocios sin embargo fagocita día a día la punta del iceberg de emocionalidad que asoma a duras penas en un lugar entre el pecho y el estómago. Porque ahí, cuando viene la desazón y la angustia, es donde precisamente duele. 

La vanidad duele cuando uno es capaz de atisbarla desde el ángulo de la sensibilidad. Por eso es mejor no pensar en ello y actuar con la inercia de un barco que sabe que va a chocar contra un iceberg pero que vira en el último momento. Además de vanidad, he decirte que me encanta asumir riesgos. Lanzarme al vacío sin paracaídas con la esperanza de aterrizar en un lugar mejor que desde el que salté. Esto sale una vez bien y 99 mal pero como la esperanza es la quintaesencia del engaño humano lo sigo intentando. Bueno, ya no. 

Continuará...
By Alexia de Tocqueville

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