Desde un lugar muy frío...
Desde
donde te escribo hace frío y el silencio perpetuo no hace sino añadir más frío
al frío. Es curiosa la cercanía entre el oído y el tacto. Jamás hubiera
imaginado que guardasen tan estrecha relación. Cada pájaro que no se escucha
hace descender un grado el termómetro. Siempre has tenido una gran obsesión con
el tiempo, con el meteorológico y con el vital.
Nunca sabemos dónde nos va a
llevar un año y mucho menos un grado. Si alguna cosa tienes clara es que un par
de grados bien pueden llevarte a un nuevo y apasionante destino. Ya sé que
estos grados no son los del termómetro pero me has entendido. No seas tan
quisquilloso.
Echo de menos las estaciones, sobre todo el verano y sus siestas
interminables. Me gustaba levantarme desorientada y empapada en sudor. Siempre
he sido de gustos particulares, como bien sabes. Por cierto, ¿qué tal va tu
colesterol? ¿Te has tomado algún helado desde la última vez que nos vimos? Date
un capricho, padre, y disfruta de estos pequeños placeres que ofrece la vida.
Uno no te va a matar. Ya sabes lo que te mata: la propia vida. Condición
necesaria y suficiente de muerte. No te preocupes, te quedan muchas
exhalaciones antes de que no vuelvas a echar de menos, nunca más, un delicioso
helado de chocolate. O sí.
Me muero por comer un helado artesanal con dos bolas
gigantes aunque con este frío, no te creas, se me han quitado las ganas de
repente. Hablando de fríos y helados…En realidad lo único que deseo es romper
un poco el hielo. Sé que la última vez que nos vimos no tuve un comportamiento
muy adecuado, propio, de lo que una persona como tú puede esperar de mí. Parece
mentira lo ingrata y descortés que puedo llegar a ser. Me disculpo de nuevo si
sirve de algo aunque entiendo perfectamente que estés dolido. Yo en tu lugar
también lo estaría. Sé que no estás de acuerdo con la decisión que he tomado
pero ya me conoces, siempre me salgo con la mía. No te pido que la aceptes ya
que ello te situaría en un plano de superioridad moral que no te corresponde.
Simplemente te pido que vivas con ello. No me mires de esa manera y háblame.
Dime lo que piensas pero de verdad, sin tapujos. Tú y yo no solemos dar rodeos
con las cosas así que no entiendo que ahora empecemos a hacerlo.
Te diré lo que
pienso, abiertamente. Creo que tú y yo nos hemos equivocado al esperar ser
merecedores del algo en la vida. ¿Merecedores de qué?, te preguntarás. Cuando
uno se ve a sí mismo como receptor de un destino entonces se abre paso una dama
de infinita crueldad: la frustración. El que no siente ser merecedor de nada
entonces acepta lo que viene con alegría y serenidad. Es como un regalo que no
se espera. Sí, como aquél día que compraste unos deliciosos sandwiches camino
de casa. Nos los comimos del tirón y tú nos mirabas a mamá y a mí embelesado. Parecía
que el regalo te lo habíamos hecho a ti. Ese es un verdadero regalo, el que
parte de una generosidad espontánea y se disfruta en piel ajena. En cambio
siempre nos han puesto enfermos toda esa mandanga de la Navidad, los cumpleaños
y las bodas. Siempre lo hemos visto como una obligación. Una necesidad impuesta
por una sociedad con la que no compartimos valores. Yo sé que no se trata de un
asunto de generosidad –nunca he conocido una persona más generosa que tú- sino
de merecimiento.
Continuará...
By Alexia de Tocqueville
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