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viernes, 29 de agosto de 2014

Cartas a mi padre. Parte I

Desde un lugar muy frío...

Desde donde te escribo hace frío y el silencio perpetuo no hace sino añadir más frío al frío. Es curiosa la cercanía entre el oído y el tacto. Jamás hubiera imaginado que guardasen tan estrecha relación. Cada pájaro que no se escucha hace descender un grado el termómetro. Siempre has tenido una gran obsesión con el tiempo, con el meteorológico y con el vital. 

Nunca sabemos dónde nos va a llevar un año y mucho menos un grado. Si alguna cosa tienes clara es que un par de grados bien pueden llevarte a un nuevo y apasionante destino. Ya sé que estos grados no son los del termómetro pero me has entendido. No seas tan quisquilloso. 

Echo de menos las estaciones, sobre todo el verano y sus siestas interminables. Me gustaba levantarme desorientada y empapada en sudor. Siempre he sido de gustos particulares, como bien sabes. Por cierto, ¿qué tal va tu colesterol? ¿Te has tomado algún helado desde la última vez que nos vimos? Date un capricho, padre, y disfruta de estos pequeños placeres que ofrece la vida. Uno no te va a matar. Ya sabes lo que te mata: la propia vida. Condición necesaria y suficiente de muerte. No te preocupes, te quedan muchas exhalaciones antes de que no vuelvas a echar de menos, nunca más, un delicioso helado de chocolate. O sí. 

Me muero por comer un helado artesanal con dos bolas gigantes aunque con este frío, no te creas, se me han quitado las ganas de repente. Hablando de fríos y helados…En realidad lo único que deseo es romper un poco el hielo. Sé que la última vez que nos vimos no tuve un comportamiento muy adecuado, propio, de lo que una persona como tú puede esperar de mí. Parece mentira lo ingrata y descortés que puedo llegar a ser. Me disculpo de nuevo si sirve de algo aunque entiendo perfectamente que estés dolido. Yo en tu lugar también lo estaría. Sé que no estás de acuerdo con la decisión que he tomado pero ya me conoces, siempre me salgo con la mía. No te pido que la aceptes ya que ello te situaría en un plano de superioridad moral que no te corresponde. Simplemente te pido que vivas con ello. No me mires de esa manera y háblame. Dime lo que piensas pero de verdad, sin tapujos. Tú y yo no solemos dar rodeos con las cosas así que no entiendo que ahora empecemos a hacerlo. 

Te diré lo que pienso, abiertamente. Creo que tú y yo nos hemos equivocado al esperar ser merecedores del algo en la vida. ¿Merecedores de qué?, te preguntarás. Cuando uno se ve a sí mismo como receptor de un destino entonces se abre paso una dama de infinita crueldad: la frustración. El que no siente ser merecedor de nada entonces acepta lo que viene con alegría y serenidad. Es como un regalo que no se espera. Sí, como aquél día que compraste unos deliciosos sandwiches camino de casa. Nos los comimos del tirón y tú nos mirabas a mamá y a mí embelesado. Parecía que el regalo te lo habíamos hecho a ti. Ese es un verdadero regalo, el que parte de una generosidad espontánea y se disfruta en piel ajena. En cambio siempre nos han puesto enfermos toda esa mandanga de la Navidad, los cumpleaños y las bodas. Siempre lo hemos visto como una obligación. Una necesidad impuesta por una sociedad con la que no compartimos valores. Yo sé que no se trata de un asunto de generosidad –nunca he conocido una persona más generosa que tú- sino de merecimiento. 

Continuará...
By Alexia de Tocqueville

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