Soledad y orgullo
Nunca el
mundo ha estado tan conectado. La información viaja en tiempo real de una
cabeza a otra, la mayor parte de las veces sin pasar por una boca. El mundo lo
conforman miles de millones de personas que esperan una señal con el ánimo de
no sentirse solas. O mejor dicho, más solas. Las grandes autopistas de la
información recorren la superficie terrestre pero raramente alcanzan el núcleo.
Cada nanosegundo se transmite un bit con la intención de impactar a alguien. En efecto, las personas son impactadas como objetivos de un arma de destrucción selectiva. Mensajes de diferente naturaleza recorren miles de kilómetros en un segundo. La mayor parte de ellos se pierden por el camino. Las autopistas son demasiado grandes y la soledad de quien los recibe también. Algunos contenidos pagan peaje. Es el caso de la publicidad. No se espera (o sí) pero se consume.
Demasiada
soledad y poco orgullo. La mayor parte de la gente engulle los mensajes sin
pensar. Son gratis, piensan. De repente, silencio. En menos de un segundo, se
rompe el silencio. Entra un whatsupp y veinte réplicas de golpe. Todos por la
misma autopista. Es tan ancha que nunca hay atasco. El whatsupp es propiedad de
zutano que quiere mostrar al mundo con orgullo cómo bebe un gin tonic en una
playa de cuyo nombre no puedo acordarme. Demasiadas playas, demasiados gin
tonics. Algunos de los autores de tales expresiones artísticas debieran considerar
seriamente firmar sus envíos. De esta forma alcanzarían mejor el objetivo para
el que fueron creados: reivindicar un yo malnutrido.
En una
sociedad hiperconectada, sin embargo, la gente se siente sola. Las relaciones
humanas han sido sustituidas por competencias comerciales. Las naciones, por
empresas; los pueblos, por mercados y las personas –como hemos visto- por
impactos. Sin embargo, no todos viven en el reino de los mudos. Siempre hay
alguno que se salva. Para él o ella…mi más sincera enhorabuena. Han conseguido
escapar de la gravedad que se genera alrededor de las palabras vacías. Un
espacio ensordecedor que engulle todo ápice de conexión capaz de estimular el
alma humana. Más peligrosos que los contenidos vacíos son aquellos que esconden
el tráfico de dolor y soledad. De estos impactos negativos también es difícil
escapar. El reino de los mudos se encierra mucho dolor y manipulación
lingüística. Las frases letales suelen desembocar en almas que no solicitaron
ser impactadas. Para muestra un botón.
Ente 1.-
Quiero verte.
Ente 2.- Y
yo a ti.
1.- ¿Hoy?
2.- No
puedo.
1.-
Mañana…menos el sábado.
2.- No.
1.-
¿Domingo?
2.-
Imposible.
1.- OK pero
tenemos que vernos.
2.- Cuando
tú quieras.
Quizás,
estas líneas que escribo no sean otra cosa que una reclamación de un derecho
que aún no ha sido legislado: el de ser estimulado y deleitado –con cierta
frecuencia- por un contenido revelador y emocionalmente retador. Un derecho que
vaya mucho más allá del derecho a la información. Algo más fundamental que
parta de una necesidad básica: la de alimentar el alma humana.
En el reino
de la emoción muda hay que trabajar con empeño en poner voz a quien tenga algo
estimulante que decir y en otorgar oído a aquellas personas que deseen ser
deleitadas y así lo hagan saber. Y de paso, acallar, todo aquel ruido invasor
que no ha sido solicitado (es decir, todo). No olvidemos que el tiempo es
limitado. Por este motivo, el ruido gratuito no debiera dejarnos indiferentes.
Como decía Pitágoras: “el comienzo de la sabiduría es el silencio”.
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