El día que cayó el muro también dejaron de funcionar las brújulas que hasta entonces habían guiado las vidas de los hombres en Occidente. Fue como si el mundo hubieran entrado en el Triángulo de las Bermudas (paraíso fiscal por excelencia) y desde entonces navegaran a la deriva. Los sistemas tradicionales, las ideologías clásicas y los Estados paternalistas dejaron paso a un nuevo sistema complejo y dinámico en el que todo lo previsible dejó paso a la incertidumbre de lo desconocido, en otras palabras, a la aventura humana sin rumbo. En este nuevo contexto (la globalización), el hombre, para adaptarse al mundo que le rodea, pasa de ser un “hombre brújula” a un “hombre radar” externo, horizontal y paritario (Rubert de Ventós, 2004) a quien ya no le sirve la sabiduría de la generación anterior.
En este nuevo sistema en el que
estamos inmersos, el ser humano difícilmente puede prever algo. Únicamente
tiene derecho a asumir lo incierto y dialogar con lo desconocido con el fin de
poder anticiparse –si es que puede- a la respuesta –si es que existe- en una
sociedad marcada profundamente por el riesgo. Esto no quiere decir que no haya
reglas: existen pero son totalmente desconocidas para las personas que tienen
que acatarlas (o negarlas, si es que se diera el caso).
Richard Sennet describe la
naturaleza de la incertidumbre en la que se haya inmersa la sociedad actual en
su libro “La corrosión del carácter”.
“Lo que hoy tiene de particular la
incertidumbre es que existe sin la amenaza de un desastre histórico; y en
cambio, está integrada en las prácticas cotidianas de un capitalismo vigoroso
(…). La consigna “nada a largo plazo” desorienta la acción planificada,
disuelve los vínculos de confianza y compromiso y separa la voluntad del
comportamiento”.
Volviendo a la historia de
nuestros protagonistas, trabajadores enloquecidos de una empresa hispánica, es lo que Misifú, de forma errónea e intencionada,
denomina “flexibilidad” que no es otra cosa que la incertidumbre en su estado
más puro. Cada vez que cambia las reglas del juego (comúnmente conocido como
organigrama empresarial) sabe que tiene un poco más subyugada a la plantilla.
Ésta, formada por un ejército de padefos yo pierdo/tú ganas, se mueve como
pollo sin cabeza en una organización tan descabezada como ellos. Eso no
significa que no exista un centro de poder sino que éste se haya difuminado de
forma intencionada. Salvando las distancias es lo que el terrorismo a la
guerra. Esta última, por muy salvaje que sea (que siempre lo es) se guía por
unas reglas por todos conocidas. Sin embargo, el terrorismo carece de reglas
formales para infringir daño en el enemigo. Basa su poder y efecto en el factor
sorpresa. Este factor sorpresa es el que, en el mundo empresarial, mina la
moral de los padefos cuya única certeza es que hagan lo que hagan la van a
cagar pero bien.
Siguiendo con el discurso de
Sennett, el nuevo capitalismo impide la construcción de sentido y la forja de
una identidad en el ser humano. Como dice el autor: “estar continuamente
expuestos al riesgo puede desgastar nuestro carácter”. ¿En qué consiste este
riesgo? Pues muy fácil: inseguridad, terror a ser despedido, miedo a
despedirse, miedo a no encontrar un trabajo mejor, miedo al cambio, miedo al
inmovilismo, miedo a estancarse, miedo a contestar al jefe, miedo a no estar a
la altura, miedo a perder el estatus…miedo, miedo y más miedo. Siempre es el
factor externo (de fuera hacia adentro) el que determina la seguridad de los
individuos y no a la inversa. Por ello, las personas creen que su infelicidad
se resolverá cuando hagan un movimiento o den un salto al vacío. Así que, a
suicidarse, padefos…que es gratis; sobre todo para las empresas.
Manuel Alcaraz Ramos, profesor de
Derecho constitucional de la Universidad de Alicante, explica la profunda
conexión entre globalización, complejidad e incertidumbre; una tríada que
funciona a la perfección en los mercados financieros.
“La globalización se caracteriza por
la difusión de una complejidad social, identitaria y económica hasta ahora
desconocida, que disuelve las certezas previas, sustituyéndolas, en medio de un
crecimiento exponencial de la incertidumbre, por un equilibrio inestable entre
la euforia y el miedo, como experiencias sociales más difundidas. Preservar ese
equilibrio está obligando a la puesta en práctica de mecanismos
neoautoritarios, con el consiguiente declive de algunos valores del Estado
social y democrático de derecho”.
Revista catalana de dret públic,
38, ISSN 1885-5709, 2009
La globalización, bajo este punto
de vista supone también la definitiva occidentalización del mundo, es decir sus reglas, productos, ideas y valores, por lo que
cualquier cambio de grandes dimensiones deberá ser precedido de un conflicto.
Los poderosos –en este marco- no cederán ni un ápice de su poder por nada. De
hecho, blindarán sus posesiones (y “lo poseíble”) con unas reglas que solo
ellos conocen con nitidez pero que, de manera paradójica, han de ser acatadas
por aquellos que ni las comparten, ni las conocen y además se ven perjudicados
por ellas. En otras palabras, la “legalización” de la esclavitud.
Ahora más que nunca recobra vigencia la
famosa cita del estadista inglés, Benjamín Disraeli: “cuando los hombres son
puros, las leyes son inútiles; cuando son corruptos, las leyes se rompen”.
También Albert Camus dio en el clavo de la cuestión cuando subrayó: “la tiranía totalitaria no se edifica
sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”. Por mucho que nos joda, la culpa no es toda de ellos. Nos queda
claro ¿no?
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