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sábado, 30 de agosto de 2014

El lenguaje secreto de las organizaciones. Flexibilidad e incertidumbre: una combinación peligrosa.


En el triángulo...de las Bermudas
















El día que cayó el muro también dejaron de funcionar las brújulas que hasta entonces habían guiado las vidas de los hombres en Occidente. Fue como si el mundo hubieran entrado en el Triángulo de las Bermudas (paraíso fiscal por excelencia) y desde entonces navegaran a la deriva. Los sistemas tradicionales, las ideologías clásicas y los Estados paternalistas dejaron paso a un nuevo sistema complejo y dinámico en el que todo lo previsible dejó paso a la incertidumbre de lo desconocido, en otras palabras, a la aventura humana sin rumbo. En este nuevo contexto (la globalización), el hombre, para adaptarse al mundo que le rodea, pasa de ser un “hombre brújula” a un “hombre radar” externo, horizontal y paritario (Rubert de Ventós, 2004) a quien ya no le sirve la sabiduría de la generación anterior.

En este nuevo sistema en el que estamos inmersos, el ser humano difícilmente puede prever algo. Únicamente tiene derecho a asumir lo incierto y dialogar con lo desconocido con el fin de poder anticiparse –si es que puede- a la respuesta –si es que existe- en una sociedad marcada profundamente por el riesgo. Esto no quiere decir que no haya reglas: existen pero son totalmente desconocidas para las personas que tienen que acatarlas (o negarlas, si es que se diera el caso).

Richard Sennet describe la naturaleza de la incertidumbre en la que se haya inmersa la sociedad actual en su libro “La corrosión del carácter”.

Lo que hoy tiene de particular la incertidumbre es que existe sin la amenaza de un desastre histórico; y en cambio, está integrada en las prácticas cotidianas de un capitalismo vigoroso (…). La consigna “nada a largo plazo” desorienta la acción planificada, disuelve los vínculos de confianza y compromiso y separa la voluntad del comportamiento”.

Volviendo a la historia de nuestros protagonistas, trabajadores enloquecidos de una empresa hispánica, es lo que Misifú, de forma errónea e intencionada, denomina “flexibilidad” que no es otra cosa que la incertidumbre en su estado más puro. Cada vez que cambia las reglas del juego (comúnmente conocido como organigrama empresarial) sabe que tiene un poco más subyugada a la plantilla. Ésta, formada por un ejército de padefos yo pierdo/tú ganas, se mueve como pollo sin cabeza en una organización tan descabezada como ellos. Eso no significa que no exista un centro de poder sino que éste se haya difuminado de forma intencionada. Salvando las distancias es lo que el terrorismo a la guerra. Esta última, por muy salvaje que sea (que siempre lo es) se guía por unas reglas por todos conocidas. Sin embargo, el terrorismo carece de reglas formales para infringir daño en el enemigo. Basa su poder y efecto en el factor sorpresa. Este factor sorpresa es el que, en el mundo empresarial, mina la moral de los padefos cuya única certeza es que hagan lo que hagan la van a cagar pero bien.

Siguiendo con el discurso de Sennett, el nuevo capitalismo impide la construcción de sentido y la forja de una identidad en el ser humano. Como dice el autor: “estar continuamente expuestos al riesgo puede desgastar nuestro carácter”. ¿En qué consiste este riesgo? Pues muy fácil: inseguridad, terror a ser despedido, miedo a despedirse, miedo a no encontrar un trabajo mejor, miedo al cambio, miedo al inmovilismo, miedo a estancarse, miedo a contestar al jefe, miedo a no estar a la altura, miedo a perder el estatus…miedo, miedo y más miedo. Siempre es el factor externo (de fuera hacia adentro) el que determina la seguridad de los individuos y no a la inversa. Por ello, las personas creen que su infelicidad se resolverá cuando hagan un movimiento o den un salto al vacío. Así que, a suicidarse, padefos…que es gratis; sobre todo para las empresas.

Manuel Alcaraz Ramos, profesor de Derecho constitucional de la Universidad de Alicante, explica la profunda conexión entre globalización, complejidad e incertidumbre; una tríada que funciona a la perfección en los mercados financieros.

“La globalización se caracteriza por la difusión de una complejidad social, identitaria y económica hasta ahora desconocida, que disuelve las certezas previas, sustituyéndolas, en medio de un crecimiento exponencial de la incertidumbre, por un equilibrio inestable entre la euforia y el miedo, como experiencias sociales más difundidas. Preservar ese equilibrio está obligando a la puesta en práctica de mecanismos neoautoritarios, con el consiguiente declive de algunos valores del Estado social y democrático de derecho”.

Revista catalana de dret públic, 38, ISSN 1885-5709, 2009

La globalización, bajo este punto de vista supone también la definitiva occidentalización del mundo, es decir sus reglas, productos, ideas y valores, por lo que cualquier cambio de grandes dimensiones deberá ser precedido de un conflicto. Los poderosos –en este marco- no cederán ni un ápice de su poder por nada. De hecho, blindarán sus posesiones (y “lo poseíble”) con unas reglas que solo ellos conocen con nitidez pero que, de manera paradójica, han de ser acatadas por aquellos que ni las comparten, ni las conocen y además se ven perjudicados por ellas. En otras palabras, la “legalización” de la esclavitud.

Ahora más que nunca recobra vigencia la famosa cita del estadista inglés, Benjamín Disraeli: “cuando los hombres son puros, las leyes son inútiles; cuando son corruptos, las leyes se rompen”. También Albert Camus dio en el clavo de la cuestión cuando subrayó: “la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”. Por mucho que nos joda, la culpa no es toda de ellos. Nos queda claro ¿no? 

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