Vistas de página en total

viernes, 29 de agosto de 2014

Cartas a mi padre. Parte XII.

Muerte versus ausencia de vida

Te preguntarás que qué hago ahora, padre. Siempre lo haces, con el ánimo de obtener una respuesta sincera aunque sabes de antemano que no te la daré. Aún así, sigues insistiendo, con la esperanza de encontrarme en un renuncio en el que ofrezca un mínimo de sinceridad. Sabes bien que eso ocurre, una vez de cada cien. Un promedio demasiado bajo pero a ti te basta. Cuando conectamos en ese momento de verdad parece que el Universo se congela y con él todas nuestras desdichas. 

En esta ocasión te seré sincera. Ya no hay nada que perder. Me he tomado dos ansiolíticos con el ánimo de liberar mi mente por unas horas. A pesar de estar exhausta, la cabeza no me da un minuto de tregua. Me encuentro adormecida, sin saber a ciencia exacta si vivo o estoy muerta. Lo segundo no se corresponde exactamente con la muerte sino con la ausencia de vida. Esta última es el vacío, la nada, la soledad más absoluta. Todo un acto de valentía. Si de verdad quisiera evadirme del todo habría tomado algo más fuerte pero ese no es el objetivo. 

El lorazepam, por el contrario, me proporciona una paz transitoria en la que acaricio el abismo. Es como una especie de encuentro con la soledad en el que no quedan fuerzas ni si quiera, para lamentarse. El vacío absoluto, sin escalofríos ni intimidación. Un verdadero insulto a la vida. O un auténtico despertar, según se mire. Esto, padre, es insoportable. Un mundo vacío lleno de seres que harían cualquier cosa por no pasar un minuto a solas consigo mismo. Yo, como imaginarás, llevo minutos de más. No es necesario seguir profundizando en la nada porque ya sé dónde termina ese camino. Exactamente dónde empieza. 

La nada tiene esa ventaja: ser un camino de ida y vuelta al mismo tiempo. Una vez partes, has llegado a tu destino. Es como el “eterno retorno” que definía Nietzsche: una repetición del mundo en donde éste se extingue para volver a crearse. Cuando vives en la nada, como yo, padre, no existe una intensidad suficiente como para convertir cada instante en único y maravilloso. La existencia, por tanto, no se justifica por sí misma. En su lugar, el vacío se apodera de ti, creando más vacío y desesperación. Con un problema añadido: sabes perfectamente que tu destino es el vacío pues la vida es circular, cargada de “eterno retorno”. 

A veces pienso que si en origen, hubiera construido una buena vida, los siguientes giros me llevarían a saborear de nuevo esas mismas sensaciones. Pero todo empezó mal y el mal me espera a cada vuelta en este círculo aterrador. Si no te mueves, la nada sigue ahí, y si das pasos hacia el frente, entonces terminarás por encontrártela al final del camino. De ahí al lorazepam solo hay un paso. 

Además, padre, miro a mi alrededor y la decadencia es aún peor. La evasión es inaudita. Los que no se drogan se cargan de actividades para no encontrarse ante la verdadera y única imagen que devuelve el espejo: la del vacío más aterrador. Yo no he dado ese paso porque aún encuentro cierto placer en el dolor. Es extraño, pero es así. El dolor reflejado con nitidez en el espejo transforma a los seres humanos que son capaces de asumirlo y asimilarlo. Nos convierte –ya que yo me incluyo en ese tipo de seres- en escuetos momentos de verdad. Es la única manera de salir del círculo, aunque sea momentáneamente, a través de la trascendencia y el dolor. Instantes en los que nos reducimos a una expresión patética y por tanto, nos liberamos de ser hijos de Dios. Una carga, si lo piensas, tremenda para unos seres de nuestra dimensión. 

Continuará...
By Alexia de Tocqueville

No hay comentarios:

Publicar un comentario