La importancia del tiempo y el amor a la música
Tú me enseñaste a amar la música clásica con esos
maravillosos vinilos de Deutsche Grammophon. Nunca
supimos crear música pero siempre tuvimos una sensibilidad exquisita para
apreciarla. ¿Sabes? La música clásica ha añadido a nuestra existencia vulgar un
toque de solemnidad y distinción. Una elevación espiritual difícil de alcanzar
sin unos acordes bellos. Nunca entendí la vida sin una melodía. Creo que tú
tampoco. La vida está incompleta sin una composición digna. Como te he
comentado es demasiado vulgar para digerirla tal cual. ¿No te lo parece? Esos
acordes no hacen sino añadir intensidad y dramatismo a una existencia tan
silenciosa como dolorosa.
Pero sí, a mí el dramatismo que la vida trae de serie
me parece demasiado tosco y vulgar. De hecho, hasta ridículo. Siempre he amado
lo sublime, en el sentido romántico del siglo XVIII. Esa estética ensordecedora
que eleva, rapta y transporta. Esos paisajes dramáticos de Turner, repletos de
una naturaleza sobrecogedora e irregular. Capaces de estimular el alma más
ruin. Siempre he sido demasiado romántica para un siglo que es incapaz de crear
algo sublime ni de emocionarse con un bello abismo. Esto es sobrecogedor y
demoledor. ¿No te parece? Cuando supe que el romanticismo no resucitaría en una
tierra de muertos entonces no me importó empezar a pasar un poco de frío.
De
verdad que me niego a admitir que ni si quiera la soledad vaya acompañada por
una melodía singular. ¿Cómo hemos llegado a esto, padre? ¿Por qué un mundo tan
bello y una época tan fascinante adolece de esta aplastante vulgaridad? ¿Dónde
se han marchado los dedos que, con su música infinita, nos transportaban a un
tiempo mejor? ¿Encerrados en un vinilo alemán? Dan ganas de dejar la casa
abierta e iniciar un viaje para no volver. Te preguntarás por qué la puerta
abierta. Porque el viaje es interior. La casa solo nos ha sido prestada para que
no nos sintamos tan desamparados. Sus paredes ponen límites a un mundo que nos
parece demasiado grande y sobrecogedor. Al parcelarlo, creamos de forma
artificial un muro de seguridad que nos separa aún más del otro. Pero todo esto
es una falacia porque, a pesar de estar juntos no somos capaces de regalarnos
una mirada sincera y menos una dulce melodía.
Recuerdo hace mucho tiempo que un
violinista me dedicó unos acordes sublimes en un restaurante de Praga. Aunque
pagué, la intensidad de la melodía me sobrecogió el alma y los ojos se me
llenaron de lágrimas. Y eso animó al violinista a entregarse aún más en una
especie de escalada artística que dejó mudo al resto del auditorio.
Creo, de
veras, que en un mundo tan insípido los seres que lo habitamos estamos esperando
una señal para entregarnos en todo nuestro potencial a pesar de la catástrofe
emocional que esto pueda conllevar. Estamos locos por destapar nuestro
verdadero potencial sin sentirnos juzgados. Sin embargo, en su lugar, nos
esforzamos en pasar una pantalla más en la Play. El mundo es tan agotador que
la gente tiene que desconectarse reconectándose a una máquina. Pero esto no es
desconexión sino miedo a enfrentarse a uno mismo, a la soledad del momento. ¿No
lo crees así, padre? Curiosamente aquellos que más alardean de la importancia
del tiempo son aquellos que actúan con más desconsideración hacia él.
Continuará
By Alexia de Tocqueville
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