El árbol
cortado, aunque las raíces se llenan nuevamente de savia, es solo una
apariencia de vida, nunca puede volver a recobrar su antiguo vigor.
Hermann
Hesse (Bajo las ruedas).
Esperpentos laborales
A pesar de que nos encontremos en la era del conocimiento el trabajador sigue siendo concebido para satisfacer las necesidades de la era industrial. El talento, en este sentido, solo serviría para convertirse en mano de obra disciplinada con preparación técnica jerarquizada en distintos grados para servir –sin cuestionamiento- a las instituciones del Estado moderno (lo que incluye pymes y trasnacionales).
En este punto, precisamente, reside la
paradoja del sistema educativo: en preparar gente para un sistema que ya no
existe. En la era del conocimiento se requieren otros modos de producción que,
como ya hemos comentado, se basan en la creatividad y explotación del talento.
Para ello, como en épocas anteriores, no se necesitan sistemas verticales y
fuertemente jerarquizados sino modelos de colaboración más horizontales y
descentralizados, capaces de potenciar el talento individual y colectivo. Los
mandos intermedios o huestes medievales, como vemos, tendrían poco o ningún
sentido en este nuevo orden del trabajo.
En este sistema, la Dirección, lejos
de ser un eslabón fiscalizador debería aspirar a convertirse en un espejo
inspirador. Hago hincapié en la palabra espejo por un simple motivo: uno no
puede reflejar lo que no es. Por esta razón, la Dirección de las empresas
debería estar formadas exclusivamente por seres inspiradores y no por
esperpentos aterradores más propios de una escena de Luces de Bohemia. Para que
el acto inspirador se produzca a todos los niveles, de abajo arriba y de arriba
abajo, es necesario que el espejo no tenga deformación alguna.
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