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viernes, 29 de agosto de 2014

Cartas a mi padre. Parte X

Frases vacías de contenido

Padre, a mí me fascina tu capacidad de adaptación. Aún sabiendo la miseria moral que te envuelve sabes mostrar con dignidad que tú no te doblegas y mucho menos aceptas algo que te resulta intolerable. Piensen lo que piensen y digan lo que digan. Es otra de las cosas que más me gustan de ti, padre, que solo atiendes aquellos comentarios que parten de personas que te importan. El resto, los tratas como ruido. De esta forma sabia y valiente has logrado sobrevivir en un mundo plagado de mensajes irrelevantes. 

Por el contrario, te has concentrado en esos maravillosos libros de historia, que tanto te han enseñado y tan maravillosos momentos te han aportado. No es malo echar la vista atrás, especialmente, si ésta puede proporcionarnos orientación y sabias enseñanzas. Tú y yo hemos aprendido más de los libros que de todos los que nos han rodeado. Estoy tan cansada de escuchar sandeces que, sinceramente, prefiero encerrarme en un libro. Salvando ciertas excepciones, hace mucho tiempo que no me conmueve una conversación. ¿Será que me he convertido en piedra? ¿puede ser que siempre estemos dando vueltas a los mismos temas y no seamos capaces de aportar nuevos y originales puntos de vista? ¿será que las frases están tan vacías de contenido que ni si quiera son creídas por aquellos que las pronuncian? Me niego a pensar que el vacío existencial sea tan grande que no proporcione materia para conversar. 

Antaño, hasta las guerras tenían un cierto carácter heroico y ahora tienen la misma consistencia de un informativo, es decir, nada. Ojo, no estoy defendiendo la guerra pero sí la nobleza que estaba detrás de ciertas batallas. Quizás me esté dejando llevar por mi espíritu romántico y nunca haya existido una guerra que no haya sido cruel y sangrienta y esté yo otorgando a otras épocas nobles cualidades que en realidad nunca tuvieron. Y nuestro momento, a pesar de su vacío, tenga algo de esperanzador que yo no alcance a ver. 

Padre, creo que he perdido mucha objetividad si es que alguna vez la tuve. ¿De veras crees que hay algo que merezca ser salvado? A lo mejor soy yo la que no  merece salvación. Mis palabras están llenas de desprecio, soberbia y arrogancia. Admiro la distancia y la frialdad con la que te aproximas a los grandes problemas y al mismo tiempo me sorprende cómo reaccionas ante las nimiedades. Aún me cuesta creer que desate en ti tanta furia una fuga en la lavadora o una deficiente presión en la caldera. Sin embargo, cuando los problemas importantes arrasan tú no dejas que te lleven contigo. Siempre te he visto enderezar el timón en las tormentas más furiosas. Ha habido momentos en nuestra casa que nos hubiéramos matado si tú no hubieras puesto un poco de paz de por medio. Sí, ésta es otra de las cosas para las que no me preparé en la vida: defenderme de las agresiones de una madre. Sin embargo no perderé el tiempo en hablar contigo de esto. Hace mucho tiempo que agotamos las palabras sobre este tema, padre. Sé que además hablar de ello te hace daño y no estamos aquí para hacernos más daño sino para pedirnos perdón. Insisto, siento mucho el haberme marchado en estas circunstancias. No es de recibo. Y mucho menos sin despedirme de ti. No me lo tengas en cuenta. No sabía cómo decírtelo. Todo se enredó tanto que…no supe cómo salir de la maraña. Sé que me dirás que te debía haber pedido ayuda. Una vez más, lo sé. Pero pensé que podía solucionarlo yo sola y me equivoqué. 

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