Desmontando a Paquito
Paquito, subordinado de Misifú (Directora de una importante editorial de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme) cada vez que pone el pie en
una reunión, recibe una somanta pública de hostias por parte de su ama. Es el
precio, piensa, que merecidamente tiene que pagar para demostrar que es
alguien. El resto de las huestes medievales, mientras Misifú somete a tortura a
Paco el encargao, callan como putas. Mejor que pille Paquito y no ninguno de
ellos. Pero eso tampoco es cierto. Misifú, con las hormonas a flor de piel y
sin medicación desde hace seis meses, tiene para todos. A ella no la mea ni
dios. Ni si quiera el jefe supremo, que ya no se atreve ni a follársela. El
terror, reina en la empresa.
Paquito, poco después de la vuelta de Misifú de su baja por maternidad, peta y le internan en un psiquiátrico unos meses por psicosis. El grado de tensión y estrés era tal que un día, en presencia de sus compañeros, le da un brote psicótico y va directo al hospital. Misifú toma de nuevo el relevo y le manda flores todas las semanas a Paquito al hospital. Éste se siente eternamente agradecido por eso y porque además, le nombra padrino de su hijo. El enredo personal y laboral ha ido tan lejos que ya nadie sabe dónde están los límites de las cosas. La empresa empieza plantearse seriamente si debe colocar entre sus filas a un médico para mantener con vida a su tan deteriorada plantilla. Todo esto por un polvo, piensa uno, pero como puede verse la cosa no es tan sencilla.
Recién parida y con un chute de
hormonas que le dan un aspecto saludable y magnífico, Misifú vuelve a ocupar su
poltrona. Se muestra amable y condescendiente con sus huestes. Los efectos de
la maternidad no solo se dejan sentir en su piel sino también en su carácter.
Sigue sin tomar la medicación y además cree que está curada. Error. El
diagnóstico es el que es y la enfermedad es incurable. Sin embargo, su carácter
narcisista –uno de los rasgos de la personalidad asociados a la psicopatía- le
hace creer que ella está por encima del bien, del mal y de los médicos. Chúpate
esa. La absoluta falta de empatía por las personas que la rodean, en poco
tiempo, vuelve a brotar. Lo lleva dentro y no puede evitarlo (además de no
querer evitarlo, lo que es un punto más en la escala de perversión de todo este
asunto). Sus súbditos, incluido su antiguo amante, se preparan para la que les
viene encima.
El efecto rebote, como era lógico, no
se hace esperar y Misifú, convertida en Atila, empieza a pegar hostias a todo
el que se menea. Si abres la boca, hostia; si coges el teléfono, hostia; si no
lo coges, hostia; si pasas por allí, hostia…Las huestes medievales, que no
paran de recibir por todas partes, se cagan por la patilla y en vez de
enfrentarse a su agresor, echan toda la mierda y la frutración sobre sus
padefos que reciben tantas hostias o más que ellos. Y es que Atila, donde pone
el pie no es que no crezca la hierba es que hace un boquete de dimensiones
descomunales. Las crisis de ansiedad y las bajas por depresión empiezan a ser
el pan nuestro de cada día. Y los padefos, que antes se cagaban cuando recibían
una llamada del Departamento de Recursos Inhumanos, ahora salen despavoridos a
firmar su despido. Al menos así, pueden salir de allí con paro.
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