A estas alturas de la película (o mejor dicho, del blog) poco más hay que añadir sobre los profundos cambios a los que se está viendo sometido el ciudadano actual. Estas transformaciones de carácter estructural (e ideológico, me atrevería a decir) dan como resultado nuevos sistemas de trabajo flexible (teletrabajo, coworking, mayor autonomía, freelance, obra y servicio, etc.) y novedosas fórmulas contractuales que en vez de retribuir el tiempo de dedicación, retribuyen el proyecto realizado. Todo aquel capaz de recibir, generar, tratar y/o distribuir una información desde cualquier sitio podrá obtener una retribución por ello a cambio. Por un lado, una liberación, si tenemos en cuenta el grado de psicosis (premeditada) del empresauro hispánico y sus huestes medievales. Y por otro –y en palabras de Sennett, el fin de la idea “añeja” del trabajo estable o de largo plazo en un marco dominado por la incertidumbre en el que se diluye la acción planificada y los vínculos de confianza y compromiso.
Ni qué decir
tiene, que las organizaciones de trabajo se han convertido en un foco de
conflictos latentes que no han hecho más que acrecentarse con el régimen
flexible. En este contexto despiadado que consume trabajadores con la misma
rapidez y voracidad que mercancías, los individuos con mayor experiencia se
identifican con “lo viejo y lo caduco”, según Sennett, y por tanto con el
estancamiento de la empresa. Su experiencia innegable, paradójicamente, les
convierte en los candidatos “naturales” para ser despedidos en momentos de
“reajuste” empresarial.
En este
escenario, más inhóspito que el desierto del Kalahari, no existe conexión entre
los individuos. Nadie es capaz de reconocer al otro. De ahí, según Sennett, que
el carácter se “corroa”, ya que en el capitalismo moderno existe historia pero
no una “narrativa compartida de dificultad y destino”. En este sentido,
concluye Sennett, el actual régimen, al no proporcionar a los individuos alguna
razón profunda para cuidarse entre sí (o fomentar la confianza), está condenado
a perder su legitimidad. Hablando
mal y pronto (y esto no lo dice Sennett): es cuestión de tiempo que las
cosas se vayan a tomar por culo. Y eso, quizás, es lo mejor que nos pueda
pasar.
Sin embargo,
no todo es penuria y sufrimiento en este proceso de la “corrosión del
carácter”. Es precisamente, la propia naturaleza perversa de esta negación
personal y colectiva, el caldo de cultivo perfecto para que el sujeto -que sufre-
se conozca mejor a sí mismo. En el seno de esta adversidad, puede llegar a ahondar en la
profundidad de su alma, si es que se atreve a emprender este viaje sin retorno.
En medio de esta contradicción, puede llegar a amarse al mismo tiempo que se
compadece. De ahí brotará un sentimiento de amor hacia él, hacia el resto de
seres humanos incluso a la tan olvidada Naturaleza. Es precisamente, en estos
“momentos de verdad” en los que el ser humano se conoce a sí mismo, reconoce su
destino y es capaz, por tanto, de integrarse en un espacio más amplio e
indivisible: el mundo y él.
En definitiva, el modelo empresarial neoliberal no es más que un
reflejo de la sociedad en la que vivimos en la que imperan valores como la
desigualdad, la injusticia y la falta de humanidad. No es de extrañar, por
tanto, que las organizaciones se estén llenando de Misifús, Paquitos, padefos y
empresauros desalmados. Si están campando a sus anchas por el mundo ¿por qué no
iban a conquistar también el terreno empresarial? Si el ciudadano de a pie
renuncia sin pudor a sus derechos ¿por qué no los iba a ceder también en su
lugar de trabajo? El mismo que mete el voto en la urna es el mismo que se deja
pisotear por su jefe.
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